viernes, 11 de octubre de 2019

Taller de teatro






Taller de teatro

Era finales de junio cuando Ana, mi vecina, me propuso matricularnos en septiembre en aquella escuela de teatro para adultos que tenía un gran prestigio en la ciudad. Se hablaba muy bien de las obras que se mostraban al final de curso y la profesionalidad del equipo de actores que impartía las clases.

Dos tardes a la semana, durante dos horas soñaba con ser actriz, disfrutaba de la actividad y olvidaba durante ese tiempo mi condición de ama de casa mientras mi marido se quedaba con los niños.

Este jueves uno de los ejercicios para realizar en la clase es tocar y dejarse tocar para conocer y acostumbrarnos a manejar el tacto en escena como un recurso expresivo. Cada miembro del grupo iba a experimentar con su cuerpo, así que nos dispusimos a emprender el ejercicio, no sin antes haber usado técnicas de respiración y relajación para concentrarnos mejor.

Cada gesto tenía que indicar un acto, sentimiento o emoción. Yo había sido muy prudente tocando a mis compañeros en la mejilla con ternura maternal, en el muslo como si tuviera que detener una hemorragia, en el hombro para dar ánimo... y después el grupo tenía que decidir si en cada contacto había transmitido lo que yo quería expresar.  Ahora yo en el centro del círculo estaba dispuesta a ser el elemento pasivo y dejar que las manos de mis compañeros hablaran.

Adriana me acarició muy lentamente la espalda, recorriendo con sus dedos mi columna desde la nuca hasta más abajo de mi espalda y volviendo a subir de nuevo hasta el punto de partida. Sentí su caricia a través del fino tejido de mi camiseta y cerré los ojos para evitar que los demás notaran el pequeño y agradable estremecimiento que estaba sintiendo. Según comentó después, expresaba el gusto de sentir un abrigo de piel.

Jose empezó a soplarme suavemente debajo de las orejas y girando a mi alrededor siguió haciendo lo mismo por todo mi cuello a pocos milímetros de mi piel. Su explicación fue que  imaginaba que estaba encendiendo un fuego en el bosque y lo estaba avivando con sus soplidos, siendo yo el fuego, ¡claro!. Después Ana se plantó delante y con sus manos rodeó mi cintura hasta completar un círculo. Al parecer me estaba tomando medidas para confeccionar un vestido

Sara me pellizcó los labios, pasando sus dedos de un lado hacia el otro y terminó abriendo mi boca apretando mis mandíbulas entre su pulgar y corazón, y aunque no me hizo daño sentí cierta turbación. Estaba en su papel de dominatriz dejando claro quien mandaba.

Por último le tocó el turno a Antonio que me pidió que cerrara los ojos, levantara los brazos a la altura de mis hombros y me quedara inmóvil y acercando su boca casi rozando mi piel inició un lento recorrido con su respiración desde los dedos de mi mano derecha hasta los de mi mano izquierda pasando por mis muñecas, la parte interna de mis brazos y a milímetros de mi pecho que intentaba con dificultad mantener una respiración pausada. Sentía su aliento en mis poros, mis vellos se iban levantando sin poderlos controlar y mi libido empezó a jugar abriendo paso al deseo. Era el protagonista de El Perfume. Miedo me dió cuando lo dijo.

Abrí los ojos, inquieta y ruborizada y encontré los suyos con una mirada satisfecha y una sonrisa cómplice.

Cada persona me había provocado distintas sensaciones, todas distintas y reveladoras. Me preguntaba si ellos estarían tan excitados como yo después de la experiencia. Pensaba en esto mientras me dirigía a los vestuarios notando la humedad de mi cuerpo, las mejillas ardiendo y un urgente deseo de masturbarme no se apartaba de mi mente.

Al abrir la puerta encontré a Sara duchándose, – una ducha fría, buena idea para calmarme – pensé entrando en la ducha contigua.

Sara me preguntó por lo que había sentido y si me había gustado que me pellizcara los labios.

– Sí, me ha sorprendido mucho la turbación que he sentido – le contesté, y con mirada lasciva y juguetona me dijo –Sé hacerlo mucho mejor en otros labios–  y acercándose a mí comenzó a besarme el cuello mientras sus manos me pellizcaban suavemente los pezones y recorrían mi cuerpo en busca de mi sexo.

Debajo del agua tibia se confundían nuestros cuerpos en un abrazo desenfrenado. Sus dedos eran expertos en sacar los jugos de su escondrijo y entre suaves y frenéticas caricias arrancó de mi cuerpo un intenso orgasmo al mismo tiempo que un gemido.

Tan absortas estábamos que no nos percatamos de la presencia de Antonio, que después de las muestras de deseo que había dado mi cuerpo ante la proximidad de sus labios, había decidido ir en mi busca. Al ver que no salía del vestuario se decidió a entrar encontrando nuestra lésbica escena que le había alterado hasta el último milímetro de su cuerpo.

–¿Me invitáis?– preguntó quitándose la camiseta y los vaqueros evidenciando su abultada excitación.

–¿Vas a poder con las dos?– preguntó Sara con algo de ironía en la voz.

–Lo intentaré­ – dijo él, risueño.

Antonio, Sara y yo no dejamos de jugar a tocarnos, explorando todas las partes imaginables de nuestros cuerpos hasta que los tres estuvimos satisfechos y exhaustos sabiendo que tendríamos una nota muy alta en ese ejercicio de clase.

Esa noche también practiqué lo aprendido con aquel ejercicio con mi marido, que ya se ha ofrecido muy amablemente a quedarse con los niños para el próximo curso.

Araceli Míguez.
2013.


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