lunes, 20 de abril de 2020

Ensayo sobre la frustración



María Claudia



Sé que te preocupa que me relacione con ella, después de todo tu esfuerzo por mantenerme detrás de un cristal  como si fuera una muñeca de porcelana cara, con lo que has invertido para que mis gestos, mi atuendo y mis pasos fueran siempre los adecuados en cada situación y con las privaciones que has sufrido para mi mayor lucimiento…
Soy tu sueño, al que has mantenido entre algodones para que a estas alturas empiece a convertirse en realidad  pero tu princesa tiene prisa por conocer la vida que late detrás del vidrio.
En cuanto a ella, la temes y a la vez envidias su estado indolente y risueño, su risa despreocupada, su repiquetear de tacones…
Viéndola puedes imaginarla seductora y atractiva, recibiendo  miradas masculinas de deseo  a su paso, usando perfumes caros, prendas y sortijas que jamás te has podido permitir y jugando en la alcoba a trasgredir para huir de la tediosa fatiga de esa honorable normalidad que defiendes ante mi.
Me dejaré llevar por la vida que luce ante mis ojos y quizás cometa todos los pecados que tu no cometiste y que encuentre  la felicidad a la que tu renunciaste.





Caricatura de Jesús.





Mente barroca y canalla,
Carne cruda y mucha sorna
y aunque muy locuaz  se torna    
sabe más por lo que calla.

Pícara sonrisa y pica
y si te pica, te rascas,
mano fértil, pluma crítica,
entre cafés y palabras.

Su mente libidinosa
por historias corretea
sin estar nunca ociosa.

Y no quiero imaginar
en su ardiente cabecita
qué pecados pasearán.
  
Con mucho cariño
Araceli Míguez
Octubre 2013

Quisiera


Imágenes, fotos de stock y vectores sobre Kiss+silhouette ...

 


Quisiera que mis palabras sonaran en tus oídos como un susurro, con la complicidad sensual de Diana Krall dedicándonos su The Look of Love, mientras nos miramos y disfrutamos de las sensaciones que nos causa nuestra proximidad.


Quisiera vivirte todo el tiempo bailando lentamente, abrazados, perdidos en el vaivén de de nuestros cuerpos, abandonados al anhelo de nuestra piel.

 

Quisiera en esta primavera que fuera siempre de noche cuando cerramos la puerta de los horarios, las prisas y la cordura y nos abrimos como balcones a la inmensidad de la negrura, absorbiéndonos, saboreándonos, dejándonos llevar por el aroma del azahar y la dama de noche que impregna nuestro silencioso abrazo.

 

Quisiera sentir tu esencia, en esta isla de caricias, y que nuestro beso sea el lugar secreto donde nos refugiemos de las heridas y los desengaños, de la fría lluvia del olvido y la desesperanza, donde se desparraman todos nuestros deseos.

 

Quisiera coger tu mano extendida en la que me ofreces una estrella, la más hermosa, la que me hace brillar para el universo, para el mundo y para mi.

 


La presentación




Me dispongo a programar un ciclo de cine de humor para proyectar en la sala Giralda que tiene más de quinientas localidades y acceso libre hasta completar aforo, dado que una entidad financiera sufraga los gastos de derechos, logística, técnicos y un monto equivalente a un sueldo por cada ciclo programado.



En esta ocasión busco películas de humor; Encuentro una comedia disparatada dirigida por el humorista Wayoming  que trata de las mafias, ahora dueñas de los bancos, dirigiendo a los políticos, ordenándoles todo tipo de “trabajos sucios”, desde amañar juicios, expropiar terrenos y palacios para entregarlos a los capos, construir complejos exclusivos y lujosos para los rusos, italianos, españoles, usar el dinero público para audis, mercedes y jet  privados, poner y quitar a presidentes de clubes de fútbol, repúblicas bananeras y otros estamentos, usar a la policía para la seguridad privada de sus mansiones, limpiar las cuadras y cepillar a sus equinos, acordonar los puertos donde amarran sus yates, vigilar sus helipuertos y sus clubes de carretera, etc…


Toda la trama presentada con un humor corrosivo que no deja títere con cabeza.


Me pongo en contacto con su agente para invitar al director a la presentación de la película y al cabo de unos días recibo con grata sorpresa la confirmación del mediático presentador el día de la proyección.


Ultimamos los detalles económicos, afortunadamente no cobra por la asistencia y presentación de su película, sólo solicita la cobertura de los gastos de alojamiento, viaje y manutención para él y su acompañante. Llega el día y según la secuencia prevista, voy en un taxi al aeropuerto a buscar al invitado y lo veo llegar con vaqueros y una camiseta con un puñal clavado en un billete de 500 € en la que se lee  ”Muerte al sistema”, una camisa vaquera abierta, zapatillas deportivas y una especie de bolso en bandolera.

Me dirijo hacia él y me presento:


– Hola soy Nadia, encantada de tenerle con nosotros. Gracias por aceptar nuestra invitación. Tengo un taxi esperando y dentro de una hora está prevista la presentación y el pase de su película.



–Vamos, pero antes tengo que recoger a mi novia, ha llegado desde Barcelona y me espera  en la torre que sube y baja. Será un minuto.– me responde el famoso presentador.


Muestro mi preocupación por lo apurados que vamos de tiempo y le sugiero que su novia tome un taxi y se vaya para la sala de cine pero él insiste en que ha quedado en recogerla.


Sin poder convencerlo llegamos con el taxi a la puerta de la torre Nao, un eje vertical por el que se desliza una gran rueda que ejerce de restaurante panorámico.




Le digo al taxista que nos espere y vemos que la torre baja lentamente, una vez a ras de suelo entramos. Apremio a mi invitado para poder llegar a tiempo, pero para mi desesperación él dice que quiere quedarse y ver las vistas desde lo alto.



Intento telefonear a la sala para decir que proyecten a la hora acordada y que el director estará al final de la película para mantener  el  coloquio con el público previsto antes de la proyección pero no tengo cobertura, pido en la barra que por favor me dejen telefonear y cuando consigo que me den un teléfono no contesta nadie al otro lado.


El suelo del restaurante tiembla por el movimiento del desplazamiento vertical y mi invitado junto a su novia, sentados en una mesa ríen y se divierten contemplando el paisaje mientras yo tomo una botella de agua en la barra.

Al fin cuando bajamos de la torre, digo al taxista que tenemos mucha prisa, le doy la dirección y nos ponemos en marcha. Llegamos a la sala con un retraso de veinte minutos y nos encontramos de frente a tres personas  que salen de la sala con un considerable enfado.

Los comentarios son nefastos “que falta de seriedad”, “no vuelvo a pisar esta sala”, “voy a escribir a los periódicos contando lo informales que sois”…

Miro a Wayoming con cara compungida y le veo a él y a su novia riendo a mandíbula batiente y contestando a los comentarios de forma chulesca;  “si, si, di que  te devuelvan el dinero” “ponme una denuncia por llegar tarde” “a pagar entrada, como está mandado, que los artistas también comemos”, “cabrearos con los bancos y las mafias, ¿a qué con esos no os metéis?”.

Doy la señal al técnico para que proyecte la película, por el micro pido disculpas al público de la sala por el retraso y anuncio el coloquio después de la proyección.

Con todo este follón mi jefe viene con un enfado mayúsculo y después de estrechar la mano al director y a su novia, se dirige a mí y me dice echando humo que estoy despedida.


Me brotan lágrimas de impotencia y rabia. No sé qué tendría que haber hecho ante un tipo tan anárquico.  Me he jodido yo misma al elegir a una persona que le gusta incumplir reglas, protocolos y horarios…


Wayoming me dice que tengo que estarle agradecida, me he librado de un jefe cabrón y que a las nueve quedamos para cenar en el hotel.

–Querida no te preocupes, mi novio no tiene remedio... Me consuela lsa





Amanezco

Nelson Mandela: un legado real de justicia y libertad

Suena el despertador como cada mañana y salgo de la cama somnolienta y dando tumbos, me dirijo al baño y mientras me dispongo a despójame del  pijama de franela me miro en el espejo y lanzo un angustioso grito.

Estoy confusa, mi aspecto me recuerda a alguien que conozco pero no atino a saber quién. Me exploro y veo mi cabeza rizada y canosa, las arrugas surcan mi cara y al mirarme el cuerpo descubro muchas cicatrices y una piel marchita por los años.

¿Qué me pasa?- me pregunto-  voy al salón y encuentro libros apilados, periódicos en varios idiomas y un sinfín de cosas extrañas que no sé para qué sirven. No reconozco ni el salón ni las demás estancias de la casa. Abro la puerta y salgo a un gran porche con butacas de madera y delante un pequeño jardín. Estoy perdida y desorientada, queriendo despertar de una pesadilla que me vuelva a una realidad conocida.

Vuelvo dentro y encuentro la cocina – me haré un té, a ver si me despejo- me digo y en ese momento descubro un ordenador sobre la encimera y no dudo en lanzarme sobre él como si la máquina tuviera todas las respuestas que busco.
Tecleo un buscador e introduzco las seis letras de un periódico que recordaba haber leído durante mucho tiempo, aparece de la pantalla una fecha increíble 12 de mayo de 2063 y en ese momento salen de la pantalla proyectados un conjunto de círculos que me rodean y me dejan dentro de una gran esfera desde la que sólo dirigiendo mi retina hacia una imagen salen de un pequeño cubo, se expanden y me rodean, dejándome como un extra en la escena de una película, sólo que son noticias reproducidas virtualmente.
Después de asimilar varias noticias contemplando las escenas desde dentro, dirijo la vista hacia un cubo virtual que llama mi atención donde se ve en miniatura lo que parece ser una explosión y en ese momento la escena cobra vida y me veo entre  un gran número de personas apabulladas que ven pequeñas explosiones sobre sus cabezas.

Me acerco a un chico que habla solo, después descubro que está grabando con  una pequeña cámara que lleva prendida en el hombro a modo de pin; deduzco que es un reportero o un periodista que está comentando el suceso.
Atiendo a lo que dice y quedo estupefacta; la NASA y las industrias armamentísticas junto a laboratorios de genética estaban trabajando en un experimento parecido a “Un mundo feliz”, basado en buscar un comportamiento humano sumiso y dirigido mediante el engaño del cerebro, que vería sólo aquello que los que habían pagado el experimento quisieran que viera y aceptara con agrado todo cuanto le fuera impuesto.

Miembros en la clandestinidad de un movimiento de resistencia habían entrado en los laboratorios saboteando el experimento poniendo una bomba en los depósitos de algo que me recordaba al “soma”, la explosión fue liberando otros gases y sustancias destinadas a otros fines, entre ellas las destinadas a clonar, alterar los átomos e intercambiar la electricidad cerebral entre cuerpos humanos…
Cerré el ordenador y volví a dirigirme al baño para contemplarme nuevamente en el espejo, ahora sabía de quien era mi aspecto, no sabía si reír o llorar pues habían pasado 50 años desde la última fecha que recordaba y ahora no tenía la menor idea de por dónde debía comenzar a tirar del hilo para reconstruir ese periodo no vivido o no recordado.

Después de llorar, patear y maldecir pensé que no todo estaba perdido y que mi nuevo aspecto podría  ayudarme a buscar información sobre lo sucedido y encontrar a mi familia aunque dudaba de si los reconocería dada la catástrofe ocurrida pues todos estaríamos irreconocibles.
Lo intentaría aunque no sabía la reacción cuando me presentara ante ellos metida en el cuerpo de Nelson Mandela.

Vuelo

Viajes astrales


Aquí me veo flotando por los aires sin despeinarme, sin sentir frío ni calor, ni pena ni alegría. Me encuentro en un estado gaseoso formado por millones de partículas de ilusiones, ansias frustradas, sueños perdidos,  ambiciones guardadas en cajones olvidados, rabia contenida, momentos felices, abrazos, besos, placeres, risas, logros, ternura, complicidades y mucho amor. Siento todos esos momentos lejanos, sin que me produzca ninguna emoción. Casi me da risa verlos desde esta altura.

Las partículas que me forman en estos momentos raramente han convivido de forma tan pacífica en mi estado anterior, recuerdo lo mal que se llevaban entre ellas peleándose y discutiendo a todas horas, compitiendo a ver quien destacaba más, si las que se decían en el espejo –nena, tu vale mucho- o las que se castigaban en las noches oscuras y lacrimógenas clamando -¿Qué he hecho yo para merecer esto?-

Miro desde esta cómoda altura y compruebo que mis huellas han quedado marcadas en el camino recorrido, algunas sobre polvo de oro, otras sobre el fango pero todas han sido fruto de mis pies, las reconozco por el pequeño  hoyo que deja mi juanete.

Veo los momentos vividos como si llevara unas gafas tridimensionales y puedo elegir dónde mirar y detenerme y me ha llamado la atención que en casi todas las escenas estoy en un apresurado movimiento, siempre ocupada, cargada o con algo entre las manos, libros, bolsos, ordenador, telas, bolsas de compra, cajas de mudanza, mi hija, bombonas, muebles, más cajas..

 Pero… ¿Dónde voy siempre corriendo y siempre cargada? ¿Por qué esa  falta de tranquilidad y de sosiego? Viéndome así  comprendo los continuos dolores de espalda, las contracturas, el lumbago y todos los demás padecimientos.
Ahora que no me duele nada, lanzo a correr por los barrancos llenos de jaramagos y amapolas sintiendo el vértigo de la bajada en mi estómago y el olor de la lluvia de verano impregnando el aire hasta aterrizar en… ¡Pero eso que veo abajo no es yerba, ni tierra mojada, parece un cuerpo dormido sobre unas sábanas blancas!

¿De quién es ese cuerpo?  ¡Menos mal que no es el mío!  ¡No puede ser mi cuerpo, para nada se parece le parece!
Yo soy joven, guapa, con una piel morena y estirada, unos labios gruesos y unos muslos de mulata y esa piel que veo es verdosa, arrugada y mate. Esos labios son pequeños y arrugados y ese cuerpo carece de curvas; definitivamente no es el mío.

¿Qué estoy viendo? Reconozco ese pie que sale fuera de la sábana, ¡vaya si lo reconozco, ese juanete es el mío!
Me ha costado reconocerme, pero ese cuerpo que veo es el envoltorio de mis millones de partículas desparramadas, libres y contentas,  que ahora a ver cómo las convenzo yo una a una para que se compriman para rellenar ese saco de huesos para que vuelva el conflicto entre ellas.

Quizás ha sido esa la causa del incesante movimiento que he contemplado en las escenas tridimensionales, que no tenían el espacio suficiente para ser ellas mismas y tenían prisa por disfrutar tranquilamente de sus momentos más preciosos mientras las otras empujaban porque querían disfrutar de los suyos.

¿Qué hago? ¿Vuelvo a meterme en ese pellejo que no reconozco o me quedo en este estado gaseoso donde mis partículas conviven en armonía?

Me quedaré un rato más en este desconocido viaje astral y disfrutaré mirándome en los momentos más felices y los más amargos, entonces decidiré si me comprimo o me quedo expandida.











Tareas (micro)

5 cosas que quizás no sabías de Mafalda


Mafalda apuntando con el índice sermonea:
Felipe, tienes que estudiar para hacker; tenemos mucha tarea por delante: saquear la Reserva Federal y los bancos suizos, derivar los fondos a organizaciones humanitarias, acceder al Pentágono, sabotear los programas armamentísticos... 
¿Te imaginas con cincuenta años sin que nada haya cambiado?

Taller de escritura.


Taller de Escritura Creativa | Ayuntamiento de Toledo



El taller de escritura.  (Relato corto)

A Elisa siempre le había gustado escribir y desde adolescente plasmaba en su diario las grandes y pequeñas cosas que le ocurrían queriendo atrapar en esos momentos de ansioso vuelco sobre las hojas blancas todos los sentimientos, emociones y vivencias para recordar en un futuro sus distintas etapas y como ya le ocurría en muchas ocasiones al leer al cabo del tiempo lo escrito, reírse o emocionarse con aquellas burbujas de tiempo detenido.

La escritura suponía para ella un desahogo, una especie de terapia onanista que la dejaba tranquila hasta el próximo momento de frustración, enamoramiento o ilusión.

En ocasiones soñaba con ser una escritora para jóvenes y niños, después cuando leyó las grandes novelas rusas o sudamericanas quiso escribir sobre historias y personas más a ras de tierra, y cuando descubrió la literatura erótica pensaba que ella podría dejar en pañales a Lulú con todas sus edades, pero sólo fantaseaba.

En cierta ocasión  Ana le propuso organizar un taller de escritura y sin pensárselo dos veces buscó la manera de ponerlo en marcha con un pequeño y variopinto grupo de personas. El grupo en sí de tan heterogéneo se volvía compacto, como un matojo esférico que vaga por los desiertos, errante, arrasador, envolvente y risueño que se mueve empujado por el viento.

En este caso el viento lo personificaba la profesora del taller, Ana, que llegaba cada jueves con una sonrisa apresurada y cargada de papeles para repartir. Hablaba por los codos y conseguía que cada persona en un pispas volcara sobre la mesa vivencias, inquietudes, creencias y algún que otro secretito y se compartieran como si se tratara de un bizcocho. Tenía la habilidad de inspirar la confianza necesaria para que se destaparan aquellos pasajes ocultos y olvidados que después servirían de inspiración para escribir alguna página con determinado estilo.

Elisa, en su mundo atropellado y caótico intentaba retomar el hábito de escribir de su juventud y aunque le costaba buscar ese hueco, la percepción del antes al ahora había cambiado y no sólo por la aplicación de las distintas técnicas aprendidas en el taller con Ana, sino que el escribir con el grupo y para el grupo era un lujo; disfrutaba de las historias creadas por sus compañeros, cada una con un estilo, con un sello reconocible, con su propia voz y ella sabía que también estaba encontrando la suya propia.

Fue reconociendo su proceso  al leer en público, escuchar y releer a solas lo leído ante el grupo. Se reconocía en muchas de las emociones compartidas en los escritos y un gran número de recuerdos infantiles se convirtieron en historias en las que ella intervenía como un artista que pinta un cuadro, dando pinceladas de amor, ternura, ironía o humor, hasta que el recuerdo difuso se hace visible en forma de cuento o de relato, en el que ella con el pincel retoca, adorna, colorea y delimita haciéndolo salir a la luz para poder ser compartido.

El taller de escritura hacía que Elisa se tuviera que parar en algún momento a sacar a la superficie lo escondido, a pensar en sí misma como creadora de personajes, acontecimientos, tiempos, espacios y todo ello le hacía sentirse bien consigo misma.

En algunas sesiones no hubo manera de cumplir con los deberes y quedaban pendientes para retomar en cualquier momento. No sabía si no había tenido tiempo realmente de hacerlos o le traicionaban los sentimientos encontrados que le producía el ejercicio, quizás porque removía algo en su interior que le daba vértigo.

Esto demostraba que aun tenía cajitas cerradas con algunos mensajes que en algún momento tendría que ir abriendo.

Descubrió  a través de esta experiencia que no sólo hacía falta creatividad y técnica sino que lo más importante era conseguir lo que a ella tanto le costaba, la constancia, la disciplina, el orden…

Elisa también descubrió a través del taller de escritura lo importante que son las personas con las que se comparten emociones.

 Araceli Míguez 2013


Agradecimiento: 

El taller ha surtido en mi la posibilidad de expresarme, teniendo para ello que buscar en mi interior recuerdos, emociones y sentimientos que pudieran ser expuesto como si fueran personajes de una obra de teatro, en unas ocasiones vestidos  de gala,  en otras de harapos y en otras de bufones. 

Este aprendizaje de técnicas y dinámicas ha sido un proceso de crecimiento personal. Agradezco la oportunidad que me ha brindado de conocer a gente maravillosa y mi capacidad de atreverme.

Gracias a María, Rosa, Jesús, Adela, Juan Carlos, Teresa, Carmen, Mari Carmen, Cary, Manel, Rafael...

 


'La Arboleilla'

Cómo decorar un patio con macetas

La casa de mi abuela Araceli, “La Arboleilla”, tenía un inmenso jardín delante de su casa que sólo se veía una vez subida la larga y empinada rampa de acceso.

El jardín era una preciosa composición de colores, formas y olores que te llenaba de alegría nada más verlo. Ella lo mimaba como si fuera un niño pequeño tal era su pasión por las flores y plantas. Desde que se levantaba al alba se dedicaba a cuidar sus cientos de macetas, quitaba las hojas secas, trasplantaba, regaba y les hablaba – A ver si te despabilas que estás muy enclenque-, -Y tú no te puedes quejar que te tengo en el mejor sitio…- le decía a uno y a otros tiestos de claveles.

Cuanta paciencia y cariño vi en ese jardín donde correteábamos de pequeños todos sus nietos y nietas, éramos un montón. El abuelo siempre estaba leyendo las novelas del Oeste de Marcial Lafuente Estefanía en su butaca y haciendo bromas con todo. 

Cada vez que recuerdo el colorido y aromático jardín me lleva a un tiempo de juegos, besos y risas.

Ahora el jardín sólo es ladrillo adosado.

Temas




Me acuerdo de la frescura en mi cara hundida en el agua recién sacada del pozo en un cubo metálico.

Me acuerdo del aire frío de las tardes de invierno cortando mis acaloradas mejillas cuando corría en mi calle jugando con la panda a perseguirnos.

Me acuerdo del olor de los arcoíris, de la tierra recién mojada por los inesperados chaparrones, del miedo a las tormentas.

Recuerdo la voz de mi madre cantando por Concha Piquer y Marifé de Triana.

Me acuerdo de las papas fritas con huevo que me hacía mi abuela Manuela.

Recuerdo las postales con muñequitas pintadas con vestidos de telas en relieve que me enviaba mi tío Marcelo desde San Sebastián.

Me acuerdo del sabor de los polos de canela que vendía Clara, de las tardes en las que se hacían en la casa de mi abuela lebrillos de matas doblás, pestiños, roscos…

Me acuerdo de las siestas en verano sobre una manta y una sábana sobre el suelo.

Me acuerdo de mi primera bicicleta roja brillante; me pasé toda la noche levantándome para verla por la ventana de mi habitación para asegurarme que no estaba soñando.

Me acuerdo de la casita de ladrillos y ventanas de madera que me hizo mi padre; cabíamos dentro un montón de niños de pie;   era la envidia de las niñas de mi calle.

Me acuerdo de mi abuela dormitando en su mecedora en la penumbra de una estancia que olía a melón.

Me acuerdo de los crujidos de “soberao” de la casa de mis abuelos; en las noches de invierno parecía que alguien subía por las escaleras.

Me acuerdo de la niñez de mi madre, le pedí tantas veces que me contara cómo era ella cuando era pequeña que me acuerdo de su infancia;  ella me ha contando su historia a retazos y yo la he cosido como una pieza de pathwork.

Me acuerdo del chispazo que sentí cuando me rozó la mano un niño y no me refiero a la electricidad estática.

Me acuerdo de las historias de miedo que contábamos las noches de tormentas en la casa de mi tía Estrella alrededor de una mesa de camilla, caldeadas por el calor de un brasero de cisco y alhucema.

Me acuerdo de los vestidos que me hacía mi tía Rocío a mi hermana y a mí, eran preciosos y cada domingo de resurrección a primera hora de la mañana venía mi prima a traerlos para que los estrenáramos.

Recuerdo un vestido blanco  de piqué con circulitos de colores, falda de capa y mangas de farol que estrené un domingo de ramos,  no sé cómo se manchó de alquitrán nada más salir de casa y no hubo manera de quitarlo.


Recuerdo el sombrajo de mi abuelo Marcelo en las noches de verano.
El sombrajo de tu abuelo.
La Luna redonda y blanca iluminaba el melonar en una noche de verano a las afueras del pueblo.





Conjunción (por el principio)



La comisaría de Oviedo expide los primeros DNI 3.0 que facilitan ...


Mara salió de casa de prisa, como era habitual en ella, con el bolso en la mano, buscando las llaves, una galleta en la boca a medio masticar, y el maletín con los documentos de trabajo sujetado a duras penas entre la barbilla y el hombro;  en la otra,  la pequeña mano de una niña de unos tres años, muy rubia y pizpireta, con una mochila rosa a la espalda.
Mientras se dirigía a su coche aparcado frente a la casa sonó su móvil, descargó todos los bártulos sobre el capó del vehículo mientras rebuscaba las llaves del coche en sus bolsillos.
Todas las mañanas se juraba que sería más ordenada y que administraría mejor el tiempo, sólo que llegaba tan cansada que se le olvidaba hasta la siguiente mañana.
– Si, Marcos, dime.
– Tienes que recoger a tu jefe en el aeropuerto.
– No puedo, de verdad que no, tengo que dejar a Celeste en la guardería y me coge en dirección opuesta. ¡Que coja un taxi!
– Mara, sus órdenes han sido muy claras: que vayas a recogerlo,  porque os vais juntos  a una reunión con un importante promotor.
– No sé cómo me lo voy a montar… Bueno…,  ya veré. Voy para allá
Ayudó a la niña a subir y le ajustó el cinturón dándole un beso mientras pensaba si le daría tiempo a llevarla primero a la guardería o la dejaba con su madre que vivía a dos manzanas.
Optó por llamar a su madre para avisarle que le dejaba a su nieta pero no le respondía; –estará dormida aún – se dijo sin mucha convicción, sabía que era muy madrugadora.
Puso en marcha el vehículo y aparcó en doble fila, delante de un bloque blanco con las ventanas azules, llamó al timbre pero nadie abría. Abrió con sus llaves mientras dejaba a Celeste en el coche y subió apresurada al segundo piso, obviando el ascensor. Entró llamando a viva voz a su madre y dirigiéndose al dormitorio la encontró en la cama inmóvil, con los ojos cerrados y hecha un ovillo. La tocó y respiró tranquila, estaba viva pero su cuerpo no respondía: Nerviosa y angustiada marcó el teléfono de emergencias sanitarias y bajó a buscar a Celeste.
Con horror comprobó que su coche no estaba. Miró a ambos lados de la calle y aterrorizada empezó a correr en una dirección y luego en la otra; le faltaba el aire en los pulmones y lo único que se le ocurrió fue gritar –¡Ayuda! ¡Socorro! ¡Policía!–
Un joven con gafas se paró a preguntarle y Mara balbuceando no atinaba a explicarse
– ¡Mi hija ha desaparecido! ¡Por favor, ayúdeme! ¡Llame a la policía! Estaba en un coche rojo… Mi madre está arriba.., no se mueve… Viene ya  una ambulancia. Quédese aquí, es en el segundo derecha.

– Está bien, la ayudaré, cálmese. Llamaré a la policía.
El móvil suena de nuevo, lo mira; es su jefe.
– Perdona Pedro pero me es imposible recogerte; mi hija ha desaparecido, mi madre está inmovilizada… No sé cómo voy a salir de esta.
– Mara, deja de inventar excusas y vete inmediatamente para las oficinas de Promociones Turísticas del Sur. Yo llegaré en taxi en veinte minutos.
– De verdad Pedro, no puedo. Créeme. Te dejo, viene la ambulancia y la policía.
El médico le dice que tiene los síntomas de un ictus, pero hay que hacer pruebas.  La policía le pide que los acompañe a la comisaría, siente en sus miradas y gestos que la están acusando de imprudencia al dejar a una niña sola en un vehículo y nota el halo de una amenaza; puede perder a su hija por su conducta.
Mara se siente ofuscada y confusa, cree que es una horrible pesadilla, que no puede ser real todo lo que le está  pasando. No quiere, no puede derrumbarse. Tiene que encontrar a su hija antes que nada. Ese es su único objetivo.
Una policía la coge del codo y le dice que se vaya al hospital, que si hay alguna novedad sobre su hija la localizarán de inmediato, pero ella se resiste a abandonar la comisaría. En su interior duda que se estén movilizando, y que a ellos les preocupe encontrar a su pequeña. Perdiendo los nervios comienza a gritar mientras las lágrimas resbalan sin contención.
– ¡¿Es que no lo entienden?! ¡Es mi hija. Mi vida entera!  ¡Por favor, encuéntrenla! Mi madre está atendida por los médicos pero mi hija estará sola,  asustada, desprotegida...
Mientras ella sigue gritando un policía se acerca y le comunica que han encontrado a su hija. Está en el depósito donde la grúa lleva los vehículos que obstaculizan el tráfico y que en breve la llevarán a la comisaría.
Mara se abraza a la mujer policía y le pide que la lleven rápido a ese depósito, pero el agente la tranquiliza diciendo que ya está en camino, y que en veinte minutos tendrá a su hija con ella.
La asistente la informa que han llamado del hospital y su madre está respondiendo al tratamiento; está consciente aunque tiene paralizada la parte izquierda del cuerpo. Necesitará rehabilitación.
Mara se sienta en un banco en un pasillo sin dejar de llorar con las manos cubriendo la cara; ahora ya no sabe ni porqué, sólo siente su garganta anudada y una culpa que inunda todo su ser.
 – ¿Cómo he podido dejar a Celeste sola en el coche?
Siente una mano que le presiona el hombro y al quitar sus manos de la cara ve a su jefe de pié junto a ella.
– ¿Cómo te encuentras?
– Ahora mejor. Espero que me traigan a mi hija. Por un momento lo he perdido todo. Estoy de vuelta del infierno. No sé si me perdonaré algún día.
– Mara,  te advertí cuando te quedaste embarazada que ser madre soltera  iba a ser muy duro.
– Te equivocas Pedro, tener a Celeste es lo mejor que me ha pasado. No me arrepiento ni un segundo. Y tú ¿Cómo llevas lo de ser un padre ausente?


Araceli Míguez. Noviembre 2013.

Conjunción (por el final)





Una mañana en la comisaría del barrio donde los ladrones hacen su ...



Mara está sentada en un banco del pasillo de la comisaría sin dejar de llorar, cubriéndose la cara con las manos; ahora ya no sabe ni porqué, sólo siente su garganta anudada y una culpa que inunda todo su ser.
¿Cómo ha podido pasar? ¿Qué he hecho?
Siente  entonces una mano que le presiona el hombro y al levantar la cabeza ve a su jefe de pié junto a ella.
¿Cómo te encuentras?
Ahora mejor, Pedro. Espero que me traigan a mi hija. Por un momento lo he perdido todo. Estoy de vuelta del infierno. No sé si me perdonaré algún día.
Mara,  te advertí cuando te quedaste embarazada que ser madre soltera iba a ser muy duro.
Te equivocas, tener a Celeste es lo mejor que me ha pasado. No me arrepiento ni un segundo. Y tú ¿Cómo llevas ser un padre siempre ausente?
Horas antes en medio de una conjunción de elementos adversos, Pedro y ella habían tenido una tensa conversación telefónica
Perdona Pedro pero me es imposible recogerte; mi hija ha desaparecido, mi madre está inmovilizada… No sé cómo voy a salir de esta.
Mara, deja de inventar excusas y vete inmediatamente para las oficinas de Promociones Turísticas del Sur. Yo llegaré en taxi en veinte minutos.
De verdad Pedro, no puedo. Créeme. Te dejo, viene la ambulancia y la policía.
El médico después de reconocer a su madre le dice que tiene los síntomas de un ictus, pero hay que hacer pruebas. La policía le pide que los acompañe a la comisaría, siente como si la estuvieran acusando de imprudencia temeraria al dejar a una niña sola en un vehículo y cree ver en la mirada de trabajadora social una amenaza de que puede perder a su hija por su conducta.
Mara se siente ofuscada y confusa, cree que está viviendo una horrible pesadilla, que no puede ser real todo lo que le está pasando.
No puedo derrumbarme ahora, tengo que encontrar a mi hija sea como sea.– Se repite una y otra vez
Una policía la coge del codo y le dice que se vaya al hospital, que si hay alguna novedad sobre su hija la localizarán de inmediato, pero ella se resiste a abandonar la comisaría. En su interior duda de que se estén movilizando, que a ellos les preocupe encontrar a su pequeña y perdiendo los nervios comienza a gritar mientras las lágrimas le resbalan sin contención.
¡¿Es que no lo entienden?! Es mi hija. Mi vida entera. Por favor, encuéntrenla. Mi madre está atendida por los médicos pero mi hija estará sola,  asustada, desprotegida...
Mientras sigue gritando un policía se acerca a ellas y les comunica que han encontrado a su hija. Está en el aparcamiento donde la grúa deposita a los vehículos que obstaculizan el tráfico y que en breve la llevarán a la comisaría.
Mara se abraza a la mujer policía y le pide que la lleven rápido a ese depósito, pero el agente la tranquiliza diciendo que ya está en camino, y que en veinte minutos tendrá a su hija con ella.
La asistente la informa que han llamado del hospital y su madre está respondiendo al tratamiento; está consciente aunque tiene paralizada la parte izquierda del cuerpo.
Todo empezó esa misma mañana en la que Mara salió de casa de prisa, como era habitual en ella; llevaba el bolso en la mano, rebuscaba las llaves, una galleta en la boca a medio masticar, el maletín con los documentos de trabajo sujetado a duras penas entre la barbilla y el hombro y en la otra, la pequeña mano de una niña de unos tres años, muy rubia y pizpireta, con una mochila a la espalda.
Mientras se dirigía a su coche aparcado frente a la casa sonó su móvil, descargó todos los bártulos sobre el capó del vehículo para atender la llamada.
Todas las mañanas se juraba que sería más ordenada y que se administraría mejor el tiempo, sólo que llegaba tan cansada que se le olvidaba hasta la siguiente mañana.
Si, Marcos, dime.
Tienes que recoger al jefe en el aeropuerto.
No puedo, de verdad que no, tengo que dejar a Celeste en la guardería y me coge en dirección opuesta. Por favor busca otra solución, o…¡que pille un taxi!
Mara, sus órdenes han sido muy claras: que vayas a recogerlo,  desde allí os vais juntos a una reunión con un importante promotor.
No sé cómo me lo voy a montar…Bueno,  ya veré. Voy para allá
Ayudó a la niña a subir y le ajustó el cinturón dándole un beso mientras pensaba si le daría tiempo a llevarla a la guardería o la dejaba con su madre que vivía a dos manzanas.
Optó por llamar a su madre para avisarle que se dirigía hacia su casa, pero no le respondía
Estará dormida aún – se dijo sin mucha convicción, pues habitualmente era muy madrugadora.
Puso en marcha el vehículo y aparcó en doble fila, delante de un bloque blanco con las ventanas azules, llamó al timbre pero nadie abría. Usó sus llaves y subió apresurada al segundo piso, obviando el ascensor. Entró llamando  a viva voz a su madre y dirigiéndose al dormitorio la encontró en la cama inmóvil, con los ojos cerrados y hecha un ovillo. La tocó y respiró tranquila, estaba viva pero inmóvil. Nerviosa y angustiada marcó el teléfono de emergencias sanitarias y bajó a buscar a Celeste.
Con horror comprobó que su coche no estaba donde lo había dejado, miró a ambos lados de la calle y enloquecida empezó a correr en una dirección y luego en la otra; le faltaba el aire en los pulmones y lo único que se le ocurrió fue gritar
¡Ayuda! ¡Socorro! ¡Policía!    ¡Por favor ayúdenme, mi hija ha desaparecido!
Araceli Míguez. Noviembre 2013

Noche en la estación


La de vieja Atocha, una estación de tren más bella que un jardín ...




No había nada que hacer;  la única cosa era resignarme a pasar la noche en la sala de espera de la estación. Había planeado un largo y placentero  fin de semana que se desmoronaba ante mí de forma irremediable.

Era jueves por la noche y el viernes festivo. Bajé la persiana metálica de la librería antes de la hora habitual de cierre y corrí a casa a recoger la maleta. El tren salía a las diez de la noche y no era tanta la distancia que teníamos que recorrer, como el tráfico que nos encontraríamos en hora punta.

No había tenido tiempo de tomar ni un bocado. Agradecí que mi hija, además de llevarme en coche, metiera en mi bolso unas barritas de frutos secos y unas galletas.

Al llegar, casi sin aliento, me encuentro con mis planes chafados; una huelga ferroviaria y sin saber cuándo saldría el próximo tren a Madrid.

Ya en la estación, con la maleta a cuesta y el fastidio instalado en el ánimo me apropio de una mesa en la cafetería para descansar mientras me tomo un café. Saco el libro electrónico del bolso y busco alguna lectura con la que entretenerme, mientras espero que nos comuniquen la hora de salida próximo tren, confiando en que no tarden mucho y pueda aprovechar algo del este fin de semana largo, que con tanta ilusión había planeado con mi amiga Almudena.

La cafetería se va llenando de pasajeros con cara de fastidio que van ocupando los distintos asientos hasta que no queda ninguna mesa libre.

Intento enfrascarme en el último libro de la franco-marroquí  Saphia Azzeddine, Mi padre es la señora de la limpieza, cuando alguien me interrumpe:

 –Perdone. ¿Puedo sentarme en esta silla? Es la única que queda libre. Si no le importa…

Me incomoda la situación, pero lo cierto es que todos estamos en fase de espera y la cafetería está llena, por lo que le contesto afirmativamente con un movimiento de cabeza.

Sigo leyendo y sorbiendo el café, mientras capto la imagen del hombre que tengo en frente. Lleva vaqueros y camiseta celeste, y al tiempo que se sienta se quita una cazadora de piel marrón. Sobrepasa la treintena, rostro aniñado y pelo castaño muy cuidado que cae sobre sus ojos, dando un aspecto rebelde a unas facciones algo cuadradas.

Una vez acomodado, pone sobre la mesa una tableta, donde empieza a deslizar su índice de un lado a otro y de arriba abajo, centrando en el artilugio toda su atención. Ha pedido una botella de agua al camarero y deja unas monedas en la mesa cuando le traen la nota.

Me relajo y vuelvo a retomar a Polo, el adolescente y malhumorado protagonista de mi libro y así transcurre un tiempo. Un movimiento inesperado hace que se tambalee la botella que mi acompañante ha pedido, derramando un poco de agua sobre la mesa. Él, con un movimiento rápido la agarra para que no caiga y me pide disculpas por el pequeño accidente.

–Perdón, ¿Se ha mojado? Tenga una servilleta. Lo siento mucho.
–No ha sido nada, no se preocupe– le digo con una forzada sonrisa.
–Por favor, no me hable de usted; me llamo Yago– me dice tendiéndome la mano.
–Soy Martina– contesto, estrechando con suavidad la mano tendida. 

Iniciamos una conversación sobre la huelga de trenes, el tiempo, los planes chafados… mientras hemos quitamos las cosas de la mesa y él haciendo acopio de servilletas de papel seca las gotas esparcidas.

–Soy de Santiago y estoy ultimando mi especialidad de odontología maxilofacial. Terminé hace  unos años la carrera pero al no encontrar nada allí decidí seguir estudiando. Me viene a esta ciudad porque la conocía. Desde pequeño he venido de vacaciones a la finca de unos familiares en El Puerto. Me encanta el sol, tomar cañas en las terrazas en pleno invierno y ver este cielo azul más de la mitad del año; cosa difícil en mi tierra. Voy a ver a mi familia aprovechando este puente del Día de Andalucía.

–Eso siempre viene bien. Volver al hogar, los mimos de nuestra madre, las juergas con los amigos… Tu ciudad es preciosa y universalmente conocida gracias a la leyenda de vuestro mítico apóstol. No te ofendas, pero yo creo que todo es puro cuento, pero os lo habéis montado genial para atraer al turismo. Aunque las veces que he ido, el servicio de hostelería deja mucho que desear– le comento con gesto de entendida en la materia.

–Tienes razón. Me he informado y quieren hacernos creer cuentos que no tienen nada que ver con la realidad. El camino se cree que tiene un sentido de viaje interior. Antes se cruzaba de punta a punta la Península y el camino llegaba hasta Finisterre. También se cuenta que tiene que ver con el Juego de la Oca, símbolo del dios egipcio Geb, que representa la tierra, la sabiduría de lo femenino y la espiritualidad. Se ha escrito que la espiral del juego esconde claves cabalísticas y de los caballeros templarios. ¡Cómo me enrollo!  La brasa que te estoy dando. Y es cierto que para la cantidad de turistas y peregrinos que hay siempre, el servicio no es tan ágil y eficiente como aquí. ¡Pero mujer, por lo que más quieras, no hables mal de mi ciudad, que de algo hay que vivir y mientras sigan viniendo peregrinos, los compostelanos podremos ir tirando! –

El acento gallego al hablar de su tierra se acentúa y da un ritmo cadencioso a sus palabras.

–Hay otros motivos que me impulsaron a dejar la ciudad– dice cambiando de tono.

Noté su silencio como una petición a que le mostrara algún interés por saber de su vida, así que claudiqué

–¿Y se pueden saber esos motivos?– pregunté intentando que no se notara  mi curiosidad.

–Rompí con Tensi, mi novia, después de cinco años juntos y me dejó muy tocado. No quería cruzarme con ella, ni encontrármela por la ciudad. Eso era difícil teniendo el mismo círculo de amigos que frecuenta los mismos lugares. Santiago es una ciudad pequeña y todos los colegas nos movemos por la misma zona de vinos. Me engañó con Jorge, mi amigo y compañero de Facultad, con el que muchas noches estudiaba los exámenes y del que jamás me lo hubiera esperado.  Parece que estaban enamorados desde hacía tiempo y decidieron decírmelo antes de tener el más mínimo roce. Eso dicen. Esperaban que lo comprendiera y que valorara su lealtad. ¡Cabrones! Hubiera preferido enterarme de otra manera, quizás para tener motivos de darle un puñetazo y romperle la cara a Jorge,  pero en ese plan... ¿Qué haces? Yo asumí los cuernos, la traición y el dolor por partida doble y eché a correr.

–Pero no te engañaron. Al menos te lo dijeron, creo que fueron honestos– replico.

–¡No me digas que encima les voy a tener que dar las gracias!, ¡O carallo! – exclama sarcástico. 

–Y entonces te viniste huyendo de las miradas y cotilleos. No pudiste afrontar que tu novia te hubiera dejado. !Qué vergüenza! –le reprendo con una mueca dramática.

–No era para menos. Decidí largarme y empezar de nuevo, conocer a otra gente, aunque he cambiado mucho desde entonces. Ahora trabajo tres días a la semana en una cínica dental privada que me paga mal y toco el saxo los fines de semana en el Black-Jazz, no sé si lo conoces pero te invito a que vengas un viernes o sábado por la noche y me dejes destrozarte los tímpanos– concluyó sonriendo y bebiendo un sorbo de agua.

–Ahora ilústrame sobre ti– Me espetó mirándome a los ojos, cruzando los brazos, inclinándose hacia mí y ocupando la mitad de la mesa.

–No sé qué contarte. Me queda poco para el medio siglo. Tengo una pequeña librería con algo de papelería que llevamos entre mi hija y yo. Ella ha terminado la carrera de psicología, aunque siempre está liada haciendo cursos, un máster, prácticas y voluntariados varios. Hace siete años que estoy divorciada y me propongo pasar el fin de semana en Madrid. Me gusta ver las novedades editoriales, hablar con mi amiga Almudena, a la que veo muy poco y con la que compartí piso durante dos años y disfrutar de la capital. Recorro calles y plazas que me recuerdan mi juventud malasañera o las noches espitosas de Huertas o los bajos de Orense; esta última con algunos años más. Todavía Almudena y yo seguimos frecuentando algunos garitos que siguen abiertos después de treinta años. Acabo de enviarle un whatsapp para decirle que hay huelga de trenes y que la avisaré cuando sepa cuando salgo.

–De Malasaña, pasando por la marcha de Orense a una librería en Cádiz ¡Vaya salto! ¡Creo que te has dejado mucha información en el camino!–exclama divertido, haciendo un recorrido con la mano de una punta a otra de la mesa.

– Es información confidencial– replico a modo de parapeto.

–Ya que te mueves entre libros y como me gusta leer, aunque reconozco que el género policiaco es el que más me tira. ¿Qué me recomiendas que sea bueno?

– Creo que podría gustarte las novelas policiacas de Petros Márkaris, perteneciente a su Trilogía de la crisis y su protagonista, el Comisario Kosta Jaritos. El último que leí fue “Con el agua al cuello”, y me encantó. Además de la escabrosa trama, ofrece un fiel retrato de la decrépita sociedad griega actual. Es un avance de lo que ya estamos viviendo en España.

– Si lo tienes en tu librería ya tienes un nuevo cliente. Me tienes que decir dónde está, así me paso y me vas poniendo al día en este género.

La conversación discurre en ese rincón, ahora sobre literatura, con un bullicio alrededor que casi nos obliga a acercar nuestras cabezas para oírnos, posición que Yago aprovecha para retirar el pelo de mis ojos, deteniendo sus dedos en mi mejilla, en una clara señal de seducción.

Yo me echo hacia atrás con un movimiento impulsivo, intentando evitar que me toque y azorada, fijo mi vista en el libro electrónico.

Seguimos en silencio durante un buen rato, yo con un pellizco en el estómago y él mirando a los tableros de llegadas y salidas que se ven a través de los cristales.

–¿A qué hora crees que saldrá el próximo tren?, ¿Lo han dicho?–pregunta Yago con gesto impaciente.

–No, pero creo que si nos tienen aquí más tiempo sin darnos una solución voy a anular mi viaje. Estoy entumecida de estar tanto tiempo sentada.

Yago propone que ponga mis piernas sobre sus rodillas para masajear las pantorrillas y aliviar el hormigueo. Me niego y lo acuso de loco y atrevido. El insiste y busca con sus manos debajo de la mesa hasta colocarlas como había indicado, iniciando un masaje suave con los nudillos desde los tobillos hasta las corvas.

–Oye, déjate de tonterías que podrías ser mi hijo. ¿Cuántos años tienes?– le pregunto intentando parecer enfadada, aunque en realidad, estoy entre divertida y asombrada con mi atrevida postura, mientras siento sus manos presionando mis piernas.

–¿Importa mucho la edad? ¿Es que no tenemos bastante con la vida que nos roban a diario? ¿No crees que nos merecemos algo más que insatisfacción, frustración e imposición?, ¿Es que podemos elegir nuestra vida?, ¿Acaso no nos putean y nos reprimen ya bastante como para hacerlo nosotros mismos?  Ahora estamos aquí, no sabemos qué pasará dentro de una hora. Aprovechemos la casualidad, el momento, la atracción que sentimos… Esta energía casi eléctrica que hemos desatado nos está diciendo que conectamos.

Con la boca abierta, como pillada en un renuncio, lo miro asombrada. –¡No te cortas un pelo, guapo!, ¡Vaya entrada!, ¡Pero si no hace ni dos horas que nos conocemos!–

Le digo que voy a salir al andén a estirar las piernas, quiere acompañarme pero le pido que se quede en la mesa y aclaro que prefiero ir sola.

Paseo por la estación y los alrededores. He dejado la maleta en la cafetería. Me pregunto por qué no la he traído conmigo, así podría salir corriendo sin dar explicaciones. Se me pasa por la cabeza  que cuando regrese no va a estar ni Yago, ni mi maleta. No sé que me fastidia más, si parecer presa fácil para un embaucador, o tener tanta reticencia a lanzarme a vivir lo que se me ofrece.

Sigo en mis cavilaciones cuando veo a Yago con su bolsa al hombro y arrastrando mi maleta dirigirse a mí, mientras por el altavoz se anuncia que el próximo tren a Madrid tiene su salida en dos horas.

Nos sentamos en un banco de la sala de espera.

–¡Serán las cinco de la mañana cuando salga el tren!– Exclamo horrorizada, con el cuerpo dolorido y no sabiendo que postura poner.

–¿Ves? Lo que te decía; Ahora estamos en la estación, dentro de unos momentos en el tren y en unas horas cada uno en su destino. Y habremos perdido la oportunidad que nos ha brindado este encuentro de conocernos un poco más y disfrutar juntos. Hemos comprobado que también nuestros cuerpos se han comunicado en su singular lenguaje. ¿Vamos a dejar que pase este tren? Me dice meloso cogiendo mi mano y mirándome a los ojos con cara de niño bueno, al más puro estilo Brat Pitt.

–¡Peculiar modo de ligar el tuyo!  ¿Tienes complejo de Edipo o algo parecido? No sé si piensas que estoy muy desesperada o el desesperado eres tú. En cualquier caso, vas de niñato descarado.

–Mira Martina, tengo treinta y seis años, los dos somos adultos, tenemos un tiempo precioso por delante y estamos vivos. Te propongo que viajemos hasta Madrid compartiendo asientos y en el trayecto decides si quieres que pasemos el fin de semana juntos. Si decides que no, yo sigo mi camino hasta Santiago.

Siento que el suelo da vueltas, mis esquemas están haciéndose añicos y lo que al principio me parecía una idea absurda y descabellada, empieza a ser atractiva y excitante.

Yago al verme dudar me besa y pone el brazo sobre mi hombro. Mis dudas se disipan. No necesito llegar hasta Madrid.
Carpe diem.


Araceli Míguez
Febrero 2014