lunes, 20 de abril de 2020

Vuelo

Viajes astrales


Aquí me veo flotando por los aires sin despeinarme, sin sentir frío ni calor, ni pena ni alegría. Me encuentro en un estado gaseoso formado por millones de partículas de ilusiones, ansias frustradas, sueños perdidos,  ambiciones guardadas en cajones olvidados, rabia contenida, momentos felices, abrazos, besos, placeres, risas, logros, ternura, complicidades y mucho amor. Siento todos esos momentos lejanos, sin que me produzca ninguna emoción. Casi me da risa verlos desde esta altura.

Las partículas que me forman en estos momentos raramente han convivido de forma tan pacífica en mi estado anterior, recuerdo lo mal que se llevaban entre ellas peleándose y discutiendo a todas horas, compitiendo a ver quien destacaba más, si las que se decían en el espejo –nena, tu vale mucho- o las que se castigaban en las noches oscuras y lacrimógenas clamando -¿Qué he hecho yo para merecer esto?-

Miro desde esta cómoda altura y compruebo que mis huellas han quedado marcadas en el camino recorrido, algunas sobre polvo de oro, otras sobre el fango pero todas han sido fruto de mis pies, las reconozco por el pequeño  hoyo que deja mi juanete.

Veo los momentos vividos como si llevara unas gafas tridimensionales y puedo elegir dónde mirar y detenerme y me ha llamado la atención que en casi todas las escenas estoy en un apresurado movimiento, siempre ocupada, cargada o con algo entre las manos, libros, bolsos, ordenador, telas, bolsas de compra, cajas de mudanza, mi hija, bombonas, muebles, más cajas..

 Pero… ¿Dónde voy siempre corriendo y siempre cargada? ¿Por qué esa  falta de tranquilidad y de sosiego? Viéndome así  comprendo los continuos dolores de espalda, las contracturas, el lumbago y todos los demás padecimientos.
Ahora que no me duele nada, lanzo a correr por los barrancos llenos de jaramagos y amapolas sintiendo el vértigo de la bajada en mi estómago y el olor de la lluvia de verano impregnando el aire hasta aterrizar en… ¡Pero eso que veo abajo no es yerba, ni tierra mojada, parece un cuerpo dormido sobre unas sábanas blancas!

¿De quién es ese cuerpo?  ¡Menos mal que no es el mío!  ¡No puede ser mi cuerpo, para nada se parece le parece!
Yo soy joven, guapa, con una piel morena y estirada, unos labios gruesos y unos muslos de mulata y esa piel que veo es verdosa, arrugada y mate. Esos labios son pequeños y arrugados y ese cuerpo carece de curvas; definitivamente no es el mío.

¿Qué estoy viendo? Reconozco ese pie que sale fuera de la sábana, ¡vaya si lo reconozco, ese juanete es el mío!
Me ha costado reconocerme, pero ese cuerpo que veo es el envoltorio de mis millones de partículas desparramadas, libres y contentas,  que ahora a ver cómo las convenzo yo una a una para que se compriman para rellenar ese saco de huesos para que vuelva el conflicto entre ellas.

Quizás ha sido esa la causa del incesante movimiento que he contemplado en las escenas tridimensionales, que no tenían el espacio suficiente para ser ellas mismas y tenían prisa por disfrutar tranquilamente de sus momentos más preciosos mientras las otras empujaban porque querían disfrutar de los suyos.

¿Qué hago? ¿Vuelvo a meterme en ese pellejo que no reconozco o me quedo en este estado gaseoso donde mis partículas conviven en armonía?

Me quedaré un rato más en este desconocido viaje astral y disfrutaré mirándome en los momentos más felices y los más amargos, entonces decidiré si me comprimo o me quedo expandida.











No hay comentarios: