lunes, 20 de abril de 2020

Temas




Me acuerdo de la frescura en mi cara hundida en el agua recién sacada del pozo en un cubo metálico.

Me acuerdo del aire frío de las tardes de invierno cortando mis acaloradas mejillas cuando corría en mi calle jugando con la panda a perseguirnos.

Me acuerdo del olor de los arcoíris, de la tierra recién mojada por los inesperados chaparrones, del miedo a las tormentas.

Recuerdo la voz de mi madre cantando por Concha Piquer y Marifé de Triana.

Me acuerdo de las papas fritas con huevo que me hacía mi abuela Manuela.

Recuerdo las postales con muñequitas pintadas con vestidos de telas en relieve que me enviaba mi tío Marcelo desde San Sebastián.

Me acuerdo del sabor de los polos de canela que vendía Clara, de las tardes en las que se hacían en la casa de mi abuela lebrillos de matas doblás, pestiños, roscos…

Me acuerdo de las siestas en verano sobre una manta y una sábana sobre el suelo.

Me acuerdo de mi primera bicicleta roja brillante; me pasé toda la noche levantándome para verla por la ventana de mi habitación para asegurarme que no estaba soñando.

Me acuerdo de la casita de ladrillos y ventanas de madera que me hizo mi padre; cabíamos dentro un montón de niños de pie;   era la envidia de las niñas de mi calle.

Me acuerdo de mi abuela dormitando en su mecedora en la penumbra de una estancia que olía a melón.

Me acuerdo de los crujidos de “soberao” de la casa de mis abuelos; en las noches de invierno parecía que alguien subía por las escaleras.

Me acuerdo de la niñez de mi madre, le pedí tantas veces que me contara cómo era ella cuando era pequeña que me acuerdo de su infancia;  ella me ha contando su historia a retazos y yo la he cosido como una pieza de pathwork.

Me acuerdo del chispazo que sentí cuando me rozó la mano un niño y no me refiero a la electricidad estática.

Me acuerdo de las historias de miedo que contábamos las noches de tormentas en la casa de mi tía Estrella alrededor de una mesa de camilla, caldeadas por el calor de un brasero de cisco y alhucema.

Me acuerdo de los vestidos que me hacía mi tía Rocío a mi hermana y a mí, eran preciosos y cada domingo de resurrección a primera hora de la mañana venía mi prima a traerlos para que los estrenáramos.

Recuerdo un vestido blanco  de piqué con circulitos de colores, falda de capa y mangas de farol que estrené un domingo de ramos,  no sé cómo se manchó de alquitrán nada más salir de casa y no hubo manera de quitarlo.


Recuerdo el sombrajo de mi abuelo Marcelo en las noches de verano.
El sombrajo de tu abuelo.
La Luna redonda y blanca iluminaba el melonar en una noche de verano a las afueras del pueblo.





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