La casa de mi abuela Araceli, “La Arboleilla”, tenía un inmenso jardín delante de su casa que sólo se veía una vez subida la larga y empinada rampa de acceso.
El jardín era una preciosa composición de colores, formas y olores que te llenaba de alegría nada más verlo. Ella lo mimaba como si fuera un niño pequeño tal era su pasión por las flores y plantas. Desde que se levantaba al alba se dedicaba a cuidar sus cientos de macetas, quitaba las hojas secas, trasplantaba, regaba y les hablaba – A ver si te despabilas que estás muy enclenque-, -Y tú no te puedes quejar que te tengo en el mejor sitio…- le decía a uno y a otros tiestos de claveles.
Cuanta paciencia y cariño vi en ese jardín donde correteábamos de pequeños todos sus nietos y nietas, éramos un montón. El abuelo siempre estaba leyendo las novelas del Oeste de Marcial Lafuente Estefanía en su butaca y haciendo bromas con todo.
Cada vez que recuerdo el colorido y aromático jardín me lleva a un tiempo de juegos, besos y risas.
Cuanta paciencia y cariño vi en ese jardín donde correteábamos de pequeños todos sus nietos y nietas, éramos un montón. El abuelo siempre estaba leyendo las novelas del Oeste de Marcial Lafuente Estefanía en su butaca y haciendo bromas con todo.
Cada vez que recuerdo el colorido y aromático jardín me lleva a un tiempo de juegos, besos y risas.
Ahora el jardín sólo es ladrillo adosado.
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