lunes, 20 de abril de 2020

Conjunción (por el final)





Una mañana en la comisaría del barrio donde los ladrones hacen su ...



Mara está sentada en un banco del pasillo de la comisaría sin dejar de llorar, cubriéndose la cara con las manos; ahora ya no sabe ni porqué, sólo siente su garganta anudada y una culpa que inunda todo su ser.
¿Cómo ha podido pasar? ¿Qué he hecho?
Siente  entonces una mano que le presiona el hombro y al levantar la cabeza ve a su jefe de pié junto a ella.
¿Cómo te encuentras?
Ahora mejor, Pedro. Espero que me traigan a mi hija. Por un momento lo he perdido todo. Estoy de vuelta del infierno. No sé si me perdonaré algún día.
Mara,  te advertí cuando te quedaste embarazada que ser madre soltera iba a ser muy duro.
Te equivocas, tener a Celeste es lo mejor que me ha pasado. No me arrepiento ni un segundo. Y tú ¿Cómo llevas ser un padre siempre ausente?
Horas antes en medio de una conjunción de elementos adversos, Pedro y ella habían tenido una tensa conversación telefónica
Perdona Pedro pero me es imposible recogerte; mi hija ha desaparecido, mi madre está inmovilizada… No sé cómo voy a salir de esta.
Mara, deja de inventar excusas y vete inmediatamente para las oficinas de Promociones Turísticas del Sur. Yo llegaré en taxi en veinte minutos.
De verdad Pedro, no puedo. Créeme. Te dejo, viene la ambulancia y la policía.
El médico después de reconocer a su madre le dice que tiene los síntomas de un ictus, pero hay que hacer pruebas. La policía le pide que los acompañe a la comisaría, siente como si la estuvieran acusando de imprudencia temeraria al dejar a una niña sola en un vehículo y cree ver en la mirada de trabajadora social una amenaza de que puede perder a su hija por su conducta.
Mara se siente ofuscada y confusa, cree que está viviendo una horrible pesadilla, que no puede ser real todo lo que le está pasando.
No puedo derrumbarme ahora, tengo que encontrar a mi hija sea como sea.– Se repite una y otra vez
Una policía la coge del codo y le dice que se vaya al hospital, que si hay alguna novedad sobre su hija la localizarán de inmediato, pero ella se resiste a abandonar la comisaría. En su interior duda de que se estén movilizando, que a ellos les preocupe encontrar a su pequeña y perdiendo los nervios comienza a gritar mientras las lágrimas le resbalan sin contención.
¡¿Es que no lo entienden?! Es mi hija. Mi vida entera. Por favor, encuéntrenla. Mi madre está atendida por los médicos pero mi hija estará sola,  asustada, desprotegida...
Mientras sigue gritando un policía se acerca a ellas y les comunica que han encontrado a su hija. Está en el aparcamiento donde la grúa deposita a los vehículos que obstaculizan el tráfico y que en breve la llevarán a la comisaría.
Mara se abraza a la mujer policía y le pide que la lleven rápido a ese depósito, pero el agente la tranquiliza diciendo que ya está en camino, y que en veinte minutos tendrá a su hija con ella.
La asistente la informa que han llamado del hospital y su madre está respondiendo al tratamiento; está consciente aunque tiene paralizada la parte izquierda del cuerpo.
Todo empezó esa misma mañana en la que Mara salió de casa de prisa, como era habitual en ella; llevaba el bolso en la mano, rebuscaba las llaves, una galleta en la boca a medio masticar, el maletín con los documentos de trabajo sujetado a duras penas entre la barbilla y el hombro y en la otra, la pequeña mano de una niña de unos tres años, muy rubia y pizpireta, con una mochila a la espalda.
Mientras se dirigía a su coche aparcado frente a la casa sonó su móvil, descargó todos los bártulos sobre el capó del vehículo para atender la llamada.
Todas las mañanas se juraba que sería más ordenada y que se administraría mejor el tiempo, sólo que llegaba tan cansada que se le olvidaba hasta la siguiente mañana.
Si, Marcos, dime.
Tienes que recoger al jefe en el aeropuerto.
No puedo, de verdad que no, tengo que dejar a Celeste en la guardería y me coge en dirección opuesta. Por favor busca otra solución, o…¡que pille un taxi!
Mara, sus órdenes han sido muy claras: que vayas a recogerlo,  desde allí os vais juntos a una reunión con un importante promotor.
No sé cómo me lo voy a montar…Bueno,  ya veré. Voy para allá
Ayudó a la niña a subir y le ajustó el cinturón dándole un beso mientras pensaba si le daría tiempo a llevarla a la guardería o la dejaba con su madre que vivía a dos manzanas.
Optó por llamar a su madre para avisarle que se dirigía hacia su casa, pero no le respondía
Estará dormida aún – se dijo sin mucha convicción, pues habitualmente era muy madrugadora.
Puso en marcha el vehículo y aparcó en doble fila, delante de un bloque blanco con las ventanas azules, llamó al timbre pero nadie abría. Usó sus llaves y subió apresurada al segundo piso, obviando el ascensor. Entró llamando  a viva voz a su madre y dirigiéndose al dormitorio la encontró en la cama inmóvil, con los ojos cerrados y hecha un ovillo. La tocó y respiró tranquila, estaba viva pero inmóvil. Nerviosa y angustiada marcó el teléfono de emergencias sanitarias y bajó a buscar a Celeste.
Con horror comprobó que su coche no estaba donde lo había dejado, miró a ambos lados de la calle y enloquecida empezó a correr en una dirección y luego en la otra; le faltaba el aire en los pulmones y lo único que se le ocurrió fue gritar
¡Ayuda! ¡Socorro! ¡Policía!    ¡Por favor ayúdenme, mi hija ha desaparecido!
Araceli Míguez. Noviembre 2013

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