martes, 22 de octubre de 2019

Otoño tardío




Entra este otoño tardío y me apetece disfrutar de cada hoja que caiga, cada gota de lluvia, cada rayo de sol.

Me siento fuerte para aportar mis energías dónde hagan falta y mi lucha contra lo que rechazo.

Sé que no me faltarán abrazos tiernos, adolescentes y preciosos, ni sonrisas vespertinas al ritmo de rap, ni una voz querida que me cuenta sus aconteceres, amores y desamores.

También sé que el otoño me predispone a plasmar poemas en tardes grises, a sumergirme en páginas para vivir historias, a escuchar melodías olvidadas y a reuniones caseras de amigos.

Por todo ello me dispongo, a pesar de las forzadas ausencias, a disfrutar de este tiempo,  con lo que tengo y con lo que deseo.


miércoles, 16 de octubre de 2019

La Taberna de Rob Roy





Como cada miércoles Lorna, esta tarde ataviada con un vestido de lana marrón que resalta su tez blanca y su mirada perdida, entra en la Taberna de Rob Roy portando bajo el brazo una gran carpeta negra.

Se sienta al fondo, en el último rincón, donde hay una pequeña mesa de madera que tiene grabados miles de trazos que indican nombres, fechas y frases de los que pasaron por allí con la intención de dejar su huella. Lorna abre su carpeta, organiza su pequeño set de pintura y con un gesto, pide una pinta a Albert, el camarero y dueño del local.

Hace casi tres años que Lorna frecuenta ese lugar. El olor a madera antigua y a cerveza la envuelve en una especie de tiempo pasado y los parroquianos ejercen sobre ella una fascinación especial desde el primer día que crujió la madera del suelo bajo sus pies.

Recuerda la primera vez que entró allí con un joven actor de la academia de arte dramático tutelada por Sean Connery, situada en Grassmarket. Fue a ver una obra sobre Enrique VIII, se sentó en primera fila y con sus lápices sobre su cuaderno,  fue trazando líneas y curvas que se convirtieron en cuerpos en movimiento, en luces y sombras acompañadas de palabras y frases que decían los personajes.

Jack, el actor principal, en el papel del caprichoso rey, se había fijado en la dibujante de la primera fila, mientras urdía un complot para decapitar a Ana Bolena para casarse con su nueva amante, Jane Seymour. Una vez bajado el telón salió al patio de butacas y le dijo, pillándola por sorpresa

 –Espérame cinco minutos que me cambio enseguida. Quiero ver lo que has dibujado.

Lorna como estudiante de Fine Arts, se sintió halagada por el interés suscitado y Jack le propuso tomar una cerveza para ver su cuaderno y conocer su opinión sobre su interpretación.

Se sentaron en esa misma mesa de la taberna Rob Roy que Lorna frecuentaba y mientras Jack soltaba frases amables y de admiración sobre el trabajo de Lorna, le contaba que provenía de uno de los pueblos blancos y negros de Herefordshire, donde sus famosas ovejas pastan a sus anchas y las casas blancas están cruzadas por traviesas de madera oscura. También le habló de su deseo de salir del campo y alejarse de esquilar y ordeñar ovejas.

Con tristeza relató su etapa de camarero en Cardiff, donde se había enamorado perdidamente de Alison, una mujer diez años mayor que él, casada y con dos hijos, que desayunaba cada mañana en el bar donde trabajaba. Jack se había hecho ilusiones, imaginando que la asiduidad de ella era debida a la búsqueda de su compañía y en su alterado estado, intuía que sus miradas iban impregnadas de inconfesable amor.

Una mañana Alison llamó al bar preguntado si se había dejado un maletín olvidado y Jack aprovechó para apuntar su número de teléfono. La llamó en varias ocasiones colgando cuando ella contestaba, hasta que un día se decidió a enviarle un mensaje.

Alison nunca contestó, ni al mensaje, ni a sus llamadas y se vio tan frustrado que para aliviar su pánico, ingirió una considerable cantidad de whisky y cerveza que le dio un buen susto. Por suerte su compañero de piso llamó a tiempo a la ambulancia. Alison no volvió a la cafetería y Jack no soportaba las interminables mañana sin verla. Al poco tiempo huyó de Cardiff rumbo a Londres, donde empezó a formarse en la Escuela de arte dramático y para pagar sus clases trabajando por las tardes de camarero en un pub cercano a su casa.

En su soledad, Jack se dedicó a meterse en distintos chats para contactar con gente relacionada con el teatro, sobre todo féminas. Decidió venir a Edimburgo atraído por Beitris, una chica con la que chateaba en un foro de Amigos del Festival Internacional. Ella le habló de esa bella ciudad como de un escenario donde el decorado estaba dibujado por su majestuoso castillo, los melancólicos cementerios, los tiestos con flores colgantes a lo largo de sus calles y plazas, las agujas de los edificios góticos… También le habló del amor al teatro que profesaba esta ciudad y de manera muy especial del famoso Festival. Por supuesto en ese foro para más lustre de la ciudad, relucían a menudo los nombres de Sean Connery, Walter Scott, Conan Doyle, Wells…

También le habló de la Taberna Rob Roy, como un sitio mágico para refugiarse durante los abundantes días de lluvia, saboreando una buena pinta de cerveza escocesa y donde las musas visitan a los artistas inspirándoles bellas creaciones.

Después de un año chateando, el tres de agosto,- Jack no puede olvidar la fecha-, quedaron en esa taberna para conocerse y disfrutar del famoso Festival que se inauguraba al día siguiente, pero ella no se presentó y no supo más de su ciber amiga.

–Es mi sino–, concluyó Jack, con una sonrisa triste.

Jack hablaba de sí mismo mientras Lorna dibujaba su boca con una media sonrisa, su mano agarrando la jarra de cerveza y sus melancólicos ojos claros.

Como despedida de la velada, Lorna regaló a Jack los dibujos que le había hecho en el escenario, vestido de rey gordo y presumido y después de intercambiar sus teléfonos quedaron en verse de nuevo. 

A la salida, Jack se despidió de Albert de forma coloquial dejando unas monedas en el mostrador y de Ingrid, una chica rubia y ojerosa que tenía una jarra de cerveza medio llena en la barra, mientras tecleaba vivamente su móvil. El trío formaba parte desde hacía tiempo del paisaje habitual de la taberna.

Albert coloca vasos y platos sobre los estantes mientras habla con Ingrid, comenta algo sobre el tiempo y sobre el último partido del Celtic, aunque ella, más pendiente de su teléfono que de la conversación se muerde el labio con gesto infantil mientras no deja de escribir con sus pulgares.

Ingrid había aparecido por la taberna hacía dos años como ave solitaria, vestida al estilo punk, con una rubia melena con mechones azules, ojos y labios pintados de morado y vestimenta negra. Llegaba sobre las seis de la tarde, se sentaba en uno de los taburetes de la barra y mientras se tomaba una o dos pintas, se ensimismaba con el móvil entre sus piernas, agotando la tarde de esa guisa sin hablar con nadie. Solía llevar un cuaderno donde, garabateaba a menudo y por sus parcas respuestas, Albert sabía que era tímida y algo seca. Sin saber por qué, ella había dejado de ir a la taberna en verano y hasta navidades no volvió.

Albert conoció algo de más de ella por haber leído furtivamente su cuaderno, olvidado una tarde sobre la barra y que le devolvió al día siguiente. Compilaba frases, fotografías, comentarios y poemas. Intuyó que se sentía sola: 'A veces me miro al espejo para sentir que hay alguien en mi habitación'. También descubrió que le gustaba el cine, por las frases escritas ilustradas con unos dibujos a lápiz imitando fotogramas; -'Este puede ser el comienzo de una gran amistad', Casablanca,  'No quiero necesitarte…porque no puedo tenerte', Los puentes de Madison, 'Siempre he dependido de la amabilidad de los extraños,' Un tranvía llamado Deseo.-               

Supo que asistía a un gran número de actuaciones de teatro y conciertos por las entradas pegadas a las páginas con el nombre de los grupos debajo y que trabajaba como diseñadora por una credencial guardada en la solapa interior, donde se podía leer su nombre completo, Beitris Ingrid Erskine, Graphic Designer, Edinburgh International Festival, junto a varios folletos. Una fecha en rojo, 'tres de agosto', se repetía con frecuencia en las páginas del cuaderno con frases como: '¿Por qué te has ido, mamá?', 'Qué sola me has dejado', 'Te echo de menos'...
Entonces, Albert conoció el motivo de la larga ausencia de la chica.

Albert, huraño y silencioso, lleva unos años detrás de esa barra ornamentada con tiradores de cerámica, toallas de las distintas marcas de cerveza y cajitas de madera con posavasos. Siente como si hubiera estado allí siempre. A menudo le asalta la imagen de sus hijos a los que ve en contadas ocasiones; verano, navidad y alguna que otra semana del año. Su trabajo no le permite viajar a verlos tanto como él quisiera. Aunque hable con ellos todos los sábados por las mañanas, los echa mucho de menos. Cada vez que marca el número de su antiguo hogar una punzada se aloja en su pecho. Aún le duele la ruptura con su mujer y con sus hijos pero está convencido de que después de aquel duro golpe tenía que salir de Cardiff a toda costa.

Recuerda como si hubiera sido ayer, el preciso momento en el que su mundo se tambaleó. Su móvil se había quedado sin batería y cogió el de su mujer de la encimera de la cocina para hacer una llamada. En ese momento oyó la llegada un mensaje y sin pensarlo pulsó la tecla para leerlo: 'Espero impaciente cada día el momento de verte. Me estoy enamorando'.

Después de unas breves y acusadoras palabras por parte de él y la negación más absoluta por parte de ella, dejó su trabajo en el City Stadium y decidió marcharse con ayuda de su hermano Patrick, quien le prestó el dinero para poder pagar el traspaso de la taberna. Después de tanto tiempo aún se pregunta por qué su mujer nunca admitió que tenía un amante y a menudo una eterna duda rondaba por su cabeza ¿Y si fuera verdad lo que le repetía Alison hasta la desesperación? –'Albert, no tengo ningún amante. Te juro por nuestros hijos que no sé quién me ha enviado ese mensaje'.– Pero la evidencia del mensaje lo convencía que ella tenía una aventura.

Lorna ha frecuentado muchas tardes esa taberna y ha escuchado por separado las historias a retazos de Albert, Ingrid y Jack. Conoce el pasado de cada uno de ellos, los nexos que los unen, el daño que se han causado y la desgraciada carambola que los relaciona. La ignorancia y la casuística los sitúa en un aletargado presente, compartiendo ese espacio aromatizado de cerveza donde las palabras son escasas y el dolor queda atrapado en los silencios.

Ella, refugiada en su mesa del rincón, en compañía de sus pinceles, escucha, bebe y observa mientras dibuja y su silencio de gata, los salva a todos de asumir errores para afrontar, sin posible éxito, sus persistentes soledades.

Araceli Míguez,  2014

martes, 15 de octubre de 2019

Desde mi rincón



Ovillada, silenciosa y somnolienta la observo desde mi rincón. La miro sin que me vea y es como el rabo que se le desprende a las lagartijas que cazo y que deposito a modo de trofeo y gratitud en el poyete de la cocina, para la mujer que me da de comer, aunque intuyo por sus gritos, que no me está dando las gracias, precisamente.

Corre de un lado a otro, canta, juega, sube, baja, salta en la cama, va y viene como si siempre tuviera prisa y se estuviera perdiendo todo lo que no está haciendo en ese momento; alocada, bulliciosa, impaciente, soñadora y curiosa, en esto último sí que nos parecemos.

Juega conmigo cogiéndome de las patas delanteras para bailar al son de los tantanes de la selva, me disfraza con lazos y vestidos de muñecas, me lanza a los aires para cogerme al vuelo y apretujarme contra su cara, me sopla la barriga y me muerde las orejas.  Son momentos de desfogue que a las dos nos viene de perlas.

Veo en sus ojos que sueña con recorrer el mundo entero sin dejarse ni un palmo atrás; brújula en mano y mochila al hombro, descubriendo criaturas, inventado vacunas contra todas las enfermedades, salvando a los animales de trampas, curando a todos los niños de los cinco continentes, recorriendo pueblos perdidos, cruzando cordilleras y navegando por remotos ríos.

Se viste con trapos que imagina atuendos de tribus desconocidas y practica lenguas y saludos inexistentes que según ella, se usan en todo el planeta y que hace posible que los humanos se puedan entender.

Se imagina como una investigadora en globo, barco, tren o avión en continuo movimiento que resuelve mil misterios, como en las aventuras de Los cinco o descubre todos los secretos de Los siete. Atraviesa islas, mares y desiertos, desde la frondosa y húmeda selva, con sus fieros leones, tigres y cocodrilos hasta el helado Polo Norte, entre los aplausos de las pequeñas focas a las que salva de los malvados cazadores, que quieren matarlas por sus preciadas pieles.

Cree en un mundo de fantasía habitado por sirenas, duendes, hadas, unicornios, dragones y un sinfín de desconocidas criaturas con las que comparte cómplices y coloreadas historias.

Me divierte verla delante del espejo con un babi blanco y artilugios que se inventa a modo de instrumental de reconocimiento, y ya imagináis qué criatura peluda hace de paciente armada de paciencia.

Otras veces se planta el sobrero de paja y el bañador de su padre y se ve perfecta con el atuendo de exploradora que ni Indiana Jones podría mejorar, con el reloj de cadena de su abuelo a modo de brújula y en la mano cualquier papel simulando un mapa.

Me dice que me llevará con ella en la mochila; yo le ronroneo siguiéndole la corriente, dejo que me acaricie mientras comparte conmigo sus sueños y sus ansias de volar.

Puedo aceptar con algún temor, relacionarme con mis primos felinos de la selva, incluso no me importaría caminar con ella junto a las vacas sagradas de la India pero cuando pienso en China me recorre un escalofrío que me corva el lomo y me pone los pelos como púas de erizo. Por ahí sí que no paso, que me veo churruscadita junto a un rollito de primavera.
Nina


Araceli Míguez, 2014

La carta de Caperucita



La carta de Caperucita

Hacía un día nublado, en la clase de quinto de EGB todos estábamos un poco revueltos e inquietos porque si llovía no podíamos jugar en el patio y eso era toda una catástrofe a nuestra edad. Don José, explicaba en la pizarra cómo se hacía un análisis morfológico y no paraba de añadir trazos de tiza con golpecitos enérgicos mientras unos y otros nos afanábamos por copiar lo que escribía, a pesar de que el maestro no era precisamente transparente.

En esas estábamos cuando aparece por arte de magia un papelito doblado en mi mesa que yo inmediatamente oculté por puro instinto de supervivencia. Don José usaba un palo cuadrado y corto de madera que no sé de dónde lo había sacado y aunque yo era bastante aplicada y atenta, tenía pánico a aquel trozo de madera que era el terror de la clase. Así que teníamos que andar con mucho cuidado si no queríamos que el susodicho objeto cayera sobre nuestras palmas, dejando además del desagradable picor, la vergüenza de ser humillada ante todos los compañeros.

Abrí el papel con las manos torpes debajo del pupitre y apareció una letra inclinada y una ilustración de Caperucita roja en una esquina, muy sonriente, con sus trenzas rubias, capucha roja y cestita en la mano.
La notita decía: 'Eres muy guapa y me gustas mucho'.

Sentí de repente un rubor a las mejillas que se expandía hasta mis orejas y más allá de la punta del pelo. No quería ni levantar la vista por si alguien me estaba mirando.

En ese preciso momento Don José me pregunta por lo que acababa de explicar y debido a mi estado de alelamiento, no me había enterado de nada. Lo miré con cara de quien rompe un plato y lo oculta debajo de la alfombra. Irremediablemente me tocó poner la palma hacia arriba, con cara compungida y suplicante para que se apiadara de una pobre e indefensa niña que se había despistado de la explicación y un mayúsculo sonrojo por las miradas de toda la clase concentradas en mi.

Volví a mi pupitre con la cabeza gacha y la mano calentita, pensando que había sido lo menos malo. No quería imaginar la escena si me hubiera pillado el papelito y me hubiera mandado leerlo delante de todos, como había hecho en otras ocasiones con las notitas interceptadas a mis compañeros.

Cuando regresaba a casa sólo tenía la imagen de la caperucita que llevaba en el bolsillo y que en vez de llevar leche y miel,  me había traído en su cesta mi primera carta de amor.


Araceli Míguez,  2012

Lo que me hace feliz



Lo que me hace feliz

Los abrazos de mi hija.
Los brazos de mi padre cuando abrazan.
Las manos amorosas de mi madre.
Los besos y achuchones.
Los días de sol en invierno.
El sol a través de los árboles.
El sonido del agua que corre.
Tenderme con los ojos cerrados.
Dejarme llevar por la música.
Emborronar con formas y colores
Las sonrisas y las risas.
Reír a carcajadas.
Ser protagonista de historias y cuentos.
Los días de lluvia en un brasero.
Las noches de tormenta acurrucada.
El arco iris después de una tormenta.
Escribir poemas en días negros y violetas.
El sonido del viento.
Descubrir sabores, olores, tactos…
Besar, acariciar, palpitar
La belleza de los detalles.
El café recién hecho.
Recordar los sueños eróticos.
Las palabras que traspasan la piel.
Las miradas que llegan al alma.
Emocionarme hasta las lágrimas.
Sorprenderme.
Perderme.
Romper normas.
Mis hadas, duendes, unicornios y sirenas.
La mezcla de colores, sabores y pieles.
Compartir chuches y chocolates.
Mis  brujas, monstruos y seres fantásticos.
Los juegos de palabras y las rimas.
Los juegos de cama.
El humor.
El amor en todas sus facetas.
La magia.
El color del mar, el sonido del mar, el sabor del mar...

Araceli Míguez, 2012



viernes, 11 de octubre de 2019

El sello de la mariposa





Hacía tiempo que el viejo caserón a las afueras del pueblo permanecía abandonado, solitario y altivo entre frondosos árboles y rodeado de maleza. Se escuchaban muchas leyendas sobre acontecimientos extraños. Algunas personas contaron que al anochecer se oían gritos, otras que los animales que se acercaban huían, otras que los árboles susurraban ciertos nombres cuando hacía viento…

Todos decían que los últimos descendientes de la familia que habitaron la casa murieron en raras circunstancias. Yo pasaba con mucha frecuencia por delante de la cancela que daba a un camino de tierra  y siempre me quedaba fascinada contemplando la torre y los muros del caserón que se veían entre los árboles

Debajo de la casa habían descubierto un dolmen de las mismas características que los ya excavados muy cerca, pero no se podía abrir al público por la ubicación del mismo, justo en los cimientos del edificio.

Yo tendría once años cuando los niños de mi pandilla, en un alarde de hacerse los valientes plantearon ir a la casa a montarnos en los viejos columpios del jardín. 

Un nerviosismo se apoderó de mi durante las horas previas; me sudaban las manos y no podía quitarme de la cabeza las historias que había oído. Pero no quería quedar como una cobarde, así que con la merienda en la mano, me encaminé hacia el cementerio que quedaba de camino al caserón y punto de encuentro de la pandilla para emprender esta aventura.

Hacía frío y corría un aire desapacible, durante el trayecto todos iban contando las historias que habían oído y por supuesto las que cada cual se inventaba.

María, mi vecina, una niña de mi edad, morena de ojos negros y grandes iba caminando muy callada y sin dar muestras de nerviosismo o temor. Cabizbaja y serena seguía al grupo rezagada, me volví para gritarle –¡Venga, no te quedes atrás, tenemos que ir todos juntos!

Viendo que no me hacía caso y seguía en su afán de caminar apartada, la esperé para no dejarla sola.

Al llegar junto a me dijo con voz triste y casi en un susurro –Ella se va a enfadar. No quiere que nadie desconocido vaya por allí. Tiene miedo que le hagan lo mismo que a la mariposa.
–¿Qué dices María?. ¿Quién es ella?. ¿De qué mariposa hablas?.
–De la mujer de blanco. Mi padre cuida la finca y muchas tardes me trae con él y mientras arregla las cosas que se estropean yo curioseo por la casa. Ella siempre está en la torre. El primer día que la vi me asusté y salí corriendo pero me pidió que me quedara, que estaba muy sola. Pasamos juntas muchas tardes y no para de contarme cosas de su vida.

Una vez me contó una triste historia; siendo muy joven se escapó de casa y se fue a la India con un par de amigos, cuando volvió su padre la metió en un colegio interno en el que sólo estudiaban los hijos de gente muy rica. Se sentía prisionera y decidió escapar. La pillaron y su padre la llevó a un psiquiátrico. 

Cuando su padre murió y ella volvió a la casa encontró en su dormitorio de la torre, un cuadro en la cabecera de su cama en el que se ve una mariposa blanca y brillante clavada sobre un fondo rojo y en una esquina un sello con un dibujo de la misma mariposa con un matasellos de muy lejos. 

Según me contó es de una carta que ella envió cuando se fue a la India para decir que estaba bien. En la parte trasera del cuadro su padre había escrito “La mariposa blanca nunca volverá a volar”. Su mayor temor es terminar algún día como la mariposa del cuadro.

Yo tenía un nudo en la garganta y el miedo me paralizaba las piernas. Al llegar a la cancela e intentar abrir el cerrojo, un voz masculina nos gritó -¿Quién anda ahí?

Todos salimos corriendo menos María que cogiéndome de la mano me dijo era su padre que andaba arreglando el jardín.

Cuando volví a casa me senté junto a mi abuela y le pregunté por el caserón de la torre y por las historias que se contaban. Ella, susurrando, me dijo que en la casa vivía un matrimonio que tenía muy buena posición, fincas, tierras, dinero y apellidos. Tuvieron una única hija en la que pusieron todas sus esperanzas pero la joven no aceptaba las reglas que le querían imponer. 

Después de una de sus escapadas su padre en un ataque de furia,  la mató clavándole en el corazón una lanza de una antigua armadura que adornaba la entrada de la casa.

Poco después su madre se suicidó tomándose un veneno y en unos meses el padre apareció ahorcado, colgado de uno de los frondosos árboles.

La casa la heredaron sobrinos y familiares del matrimonio, pero nadie vive allí. 

Y María dice que la joven de blanco que siempre está en la torre no sabe que, como la mariposa del sello, como la mariposa del cuadro, no volará nunca más.

Araceli Mïguez, 2015

Tarde de ocio




Tarde de ocio

Daniela se dirige a las salas de cine del centro comercial cercano a la parada del metro. Ha quedado con Angelo y Maurizio, sus compañeros italianos, estudiantes de intercambio que quieren aprovechar al máximo su estancia en la ciudad.

En las taquillas, Daniela busca impaciente a sus amigos que no llegan y la película empieza en breve. Compra su entrada y se queda sorprendida al ver a la persona que le entrega su ticket. Tiene cara de bebé, los ojos redondos de un azul intenso, la cabeza cubierta de rizos rubios y succiona un chupete estruendosamente. Mira a su alrededor y un hombre uniformado que está detrás de ella habla a través de su móvil;  
–Tengo a otra sospechosa– y agarrando a Daniela por el brazo le pregunta dónde están los demás.

Daniela confusa y boquiabierta lo mira atónita, sin saber qué le está ocurriendo. Se fija en las dependientas y las cajeras del centro comercial; todas tienen la misma cara, van con el mismo peinado, el mismo maquillaje y por supuesto el mismo uniforme, actúan de manera automática, con los mismos movimientos mecánicos cogen los productos de la cinta transportadora y los pasan al otro lado una vez escaneados. Es evidente que son autómatas clonadas.

Daniela ve a Maurizio y Angelo  que llegan apresurados y al verla agarrada  por aquel inmenso guardia de seguridad  le preguntan al oído – ¿Qué has hecho? ¿Es que eres de la mafia o de alguna mara? Podías haberlo comentado, nosotros somos de la mafia calabresa, y estamos buscando a gente que quiera unirse para emprender una lucha contra la mafia americana por el control del mercado de humanos.–

Cuando Daniela, asombrada intenta preguntarles de qué están hablando, se les acerca un hombre con pinta desaliñada, barba canosa y gafas, con un aerógrafo en la mano que incorpora una aguja, insiste en que tiene que tatuarles un círculo en el brazo derecho para distinguirlos de los autómatas.

Al escuchar esto, el guarda que agarra el brazo de Daniela la suelta y sale corriendo arrollando a su paso a toda persona que se encuentra a su paso. Una mujer que conduce su carro metálico lleno de productos saca una pistola y le lanza una carga de pintura amarilla a lo que el sujeto responde lanzando un chorro de pintura roja.

Una voz femenina mecanizada anuncia a través del altavoz  ¡Pinturas comestibles hoy  en oferta! ¡Cuatro paquetes de distintos colores y sabores por el precio de tres! ¡Pueden encontrarlas en el pasillo cuatro!.

Muchos de los presentes sacan también sus pistolas y comienzan a disparar con distintos colores hasta que el centro parece una paleta cromática y el suelo se convierte en una pista de patinaje multicolor.

La gente comienza a deslizarse ente risas y caídas. Daniela, Angelo y Maurizio abandonan la idea del cine y de las mafias y se lanzan a patinar cubiertos de pintura.

De nuevo el altavoz emite una música y a continuación anuncia otra novedosa oferta:
–¡Hombres, mujeres y niños a precios increíbles!  ¡Compren ya! ¡Se regala collar y casco antimordeduras! ¡Pueden encontrarlos en el pasillo diez¡

Daniela mientras patina, observa como un numeroso grupo de personas se apiñan en la puerta de entrada del hipermercado, al cabo de unos minutos van saliendo con un carro automático portando a un ser humano esposado y con una especie de casco formado por tubos de aluminio que cubre la cabeza hasta el cuello y un saco a sus pies donde se lee “Pienso para humanos”.

Daniela busca al hombre del aerógrafo para que le explique qué está pasando y lo encuentra junto a una niña de unos seis años, ambos  esposados y con el casco, en el carro de una mujer que viste con ropa deportiva que se encuentra en la cola de las cajas para pagar la compra.

–Por favor, explícame lo del tatuaje. ¿Por qué tenemos que tatuarnos un círculo? –pregunta Daniela de forma apresurada al extraño tatuador, en el momento en que la mujer se aleja, en busca de algún producto olvidado.

–Sin el círculo no estás identificada como humana. Te pueden capturar y vender en cualquier cadena de supermercados. ¡Rápido, coge mi aerógrafo del bolsillo izquierdo, tatúanos y después te lo haces tú!. Así podremos demostrar que somos humanos– le contesta en un susurro el prisionero.

Daniela rebusca en el bolsillo indicado, cuando siente que la agarran por cada brazo los dos enormes payasos que había visto a la entrada del centro anunciando hamburguesas Mcdoma. Uno de ellos le levanta la manga de su sudadera y le inyecta algún producto que la adormece de forma inmediata.

Lo siguiente que ve Daniela al despertar es un camino de baldosas amarillas delante de ella que le recuerda a su película favorita de cuando era pequeña. Intenta dar un paso para seguirlo pero sus pies y sus manos están esposados. 

Aterrada y confusa mira a su alrededor, su visión se encuentra dividida por unas cuadrículas formadas por tubos de aluminio. Intenta gritar pero no tiene voz, algo ha pasado en su garganta, solo emite susurros. Divisa a su derecha un largo pasillo con personas como ella, inmovilizadas y puestas en fila. Del techo cuelgan grandes carteles de colores fluorescente donde se lee “DOS POR EL PRECIO DE UNO”.

Daniela observa con tristeza e impotencia las colas formadas en las cajas registradoras donde las mismas chicas uniformadas repetidas, pasan a una velocidad de vértigo los códigos de barra de los productos y humanos que compran compulsivamente los clientes, y al otro lado de las cajeras, una multitud, entre la que distingue a sus amigos italianos,  ajena a lo que está ocurriendo, se divierte jugando con pistolas y patinando sobre un suelo multicolor.

Araceli Míguez, 2014


Yo dentro




 

Yo dentro.

En mi burbuja cálida y envolvente estoy tranquila, presintiendo sensaciones que aún no sé definir. Está oscuro, oigo los fluidos alrededor y me siento parte de algo importante. Aún no soy del todo pero ya sé que existo.

Una voz me arrulla desde hace tiempo, me transmite su deseo de mi existencia, es una voz sin palabras, dulce, tierna, risueña y amable que hace que me sienta querida.

Unas manos pequeñas acarician la suave y blanca curva de piel que nos separa, me busca, me tantea, quiere sentir mis movimiento y cuando me quedo quieta por algún tiempo noto su urgencia a través de una pequeña aprensión que traspasa mi piel y entonces me revuelvo para que sepa que estoy aquí.

Siento una sensación placentera, tengo todo lo que necesito pero mi curiosidad por saber quien me acuna, me balancea y me canta va creciendo conmigo, aunque intuyo su hermosura y su fortaleza.

No sé cómo llamarla pero ella cuando me habla me dice “mi alma” y  creo que le hace ilusión verme con lacitos, diademas y vestidos de pitiminí aunque  también me ve con patucos azules y peleles de croché. Sé que está impaciente por conocerme.

Por las noches cuando tengo un enorme deseo de abrir los brazos y estirar las piernas, sé que sonríe ante mi impaciencia y me transmite la suya diciéndome que ya queda menos, que está deseando abrazarme y que no tenga prisa. Ya me imagina traviesa, curiosa e impaciente.

También palpo su miedo porque es la primera vez y teme complicaciones. Noto su preocupación, pero me dice repetidas veces que me quiere sin condiciones, que no tema nada y me canta para ahuyentar sus temores.

Me duermo con su voz alegre y sueño con su sueño amable, esperanzador y lleno de ilusión.

Ya no quepo aquí, quiero salir pero no puedo, todo cambia en unos segundos. Mi burbuja se ha roto y estoy desconcertada aunque sabía que este momento llegaría.

Mi madre (yo vs ella).

Siento un cosquilleo de burbujas que me sube desde el estómago a la cabeza. Es constante desde que sé que estás en mí y que vienes a llenarme de alegría.

Sabes cuanto deseo que estés bien y que no tengas miedo a nada, por eso te canto, te acaricio a través de mi vientre y te digo cuanto te quiero, para que estés tranquila mientras decides salir al mundo.

En ocasiones me asalta un miedo que oprime mi garganta y se me llena el corazón de nubes grises, porque lo que más deseo es que vengas bien, que tengas buena salud y que puedas afrontar la vida con toda la fortaleza que yo pueda darte. No temas porque te quiero con todos tus defectos y te protegeré contra viento y marea.  

Aunque soy pequeña tengo fuerza para llevarte de la mano un largo trecho, para luchar por las dos para que tu niñez no sea la mía, para que no te roce ni el viento.

Desde el momento en que supe que existías te convertiste en mi prioridad, mi bien, mi alma y mi primavera.

Me pregunto cuál será el color de tus ojos, si azules como los míos o marrones como los de tu padre, y por el color de tu pelo y de tu piel. Si serás niña o niño, si serás una personita tranquila o traviesa, si enfermarás a menudo, si comerás bien,  si… Ya me veo corriendo detrás de ti en cuanto des tus primeros pasos y con el corazón en un puño en cuanto roces el suelo.

Todo está preparado para tu llegada. Los nervios se apoderan de mí a la primera contracción. Ya vienes y solo has estado ocho meses en mi vientre. Tengo miedo.

Ha llegado el momento de conocernos. Te lo has pensado durante varias horas antes de decidirte y mira que yo te animaba y te decía que no tuvieras miedo que yo estaba aquí esperándote, pero ni por esas.

Cuando por fin te tengo en mis brazos, muy sigilosamente bajo la sábana, sin que nadie lo note, voy recorriendo tu pequeño cuerpo con mis manos, cuento tus minúsculos dedos, reviso tus orejas, tu cabeza… ¡menos mal, estás completa!

Te tengo abrazada, siento mariposas revoloteando en mi cabeza, rezumo amor y mimos más allá de mi cuerpo, todo para ti, mis lágrimas se confunden con mi risa, este momento se llama felicidad;   ¡Bienvenida al mundo, mi niña!.

Las dos

– ¿Qué está pasando? ¿Tengo que salir de aquí por ese estrecho camino? Imposible, no quepo. – Pienso mientras me quedo sin líquido y casi sin aliento.

– Que sí cabes, yo te ayudo a salir, pero no te resistas más, estoy esperándote. ¡Vamos, sin miedo! – Me suplica mi madre después de cuatro o cinco horas de dolorosas contracciones.

Siento que tiran de mí y ya no me resisto. De repente veo luz, figuras, colores y lloro. Tengo frío y miedo; todo es muy extraño.

–Eres tú, lo sé. Estoy tranquila y me siento bien, –le expreso cuando me ponen en tus brazos y tu olor me calma. Protégeme, acurrúcame, amamántame.

Ella me aprieta contra su pecho y me envuelve la sensación cálida de mi anterior morada.

Me tranquiliza con su arrullo, me olfatea como gata, perra o tigresa, me siento como un cachorrito y evoco lo ancestral del universo.

–¡Cuánto tiempo esperando para ver tu cara y tenerte en mis brazos – me dice mientras me besa la cabeza y sigue hablándome – soy la más afortunada del mundo porque estás aquí y sé que el Universo me ha premiado con lo mejor que tenía.–

– Has iluminado mi vida y me inunda una inmensa alegría. Cuando te miro todos los poros de mi piel y mis entrañas se disponen a entregarte  lo mejor de mí –

La miro, y aunque aún la veo borrosa le doy las gracias por darme la oportunidad de vivir.

 –Ya sé de tu amor, lo sentí desde que empezaron a formarse mis primeras células, por eso no tengo miedo. Sé que puedo cometer errores, equivocarme y traspasar límites porque tu amor es incondicional. Pero ya tengo dudas sobre si yo llegaré a quererte en la misma medida.

–Eso no importa.  Ahora lo importante es el camino que recorreremos juntas, hasta que te sueltes de mi mano, que será el mismo que tú recorrerás con tu hija, y ella también lo recorrerá con tu nieta. Seguiremos unidas por ese cordón que ahora tienes visible pero aunque no lo veas lo sentirás siempre.

–Mamá,   ¿cómo es la vida? – pregunto

–Maravillosa. No tengas miedo a disfrutarla – contesta acurrucándome.

Y me canta

“A la nana nanita, nanita nana, duérmete lucerito de la mañana…”

 Araceli Míguez, 2012


La entrevista







–Buenos días señora Arcos, soy Malena Gómez, la responsable de Recursos Humanos de esta empresa. Quiero informarle que el puesto que se ofrece requiere una cualificación muy específica aparte de responsabilidad, experiencia y resolución– dijo la entrevistadora entrando en el despacho, a modo de frío saludo .

Malena se sentó con la espada muy recta en un sillón estratégicamente colocado unos centímetros más alto que el de su entrevistada, la barbilla levantada hacia arriba y la mirada clavada en la mujer que tenía en frente.

– Lo sé. Por eso estoy aquí – respondió Laura con una voz firme que denotaba seguridad y soltura.

– He revisado su curriculum y su cualificación no es la que requiere el puesto. Es cierto que tiene experiencia en otros campos, pero en concreto, en este sector no ha trabajado nunca. Y siento decirle que su edad no se ajusta a la requerida, ya que, como bien sabe, en los requisitos se especifica  “entre 25 y 35 años”  con el objetivo de ofrecer una imagen joven y atractiva a nuestros clientes.

 – Es cierto,  ya paso de los cuarenta y le aseguro que me siento joven, activa, atractiva, capaz de trabajar duro y de resolver los problemas que puedan surgir de manera inesperada.

– Perdone Sra. Arcos, pero no la veo capacitada para asumir la responsabilidad que conlleva ser la primera imagen que verán nuestros clientes al entrar en nuestras instalaciones.

– ¿Se refiere a que me ve incapaz de indicar donde están los despachos o los baños, o de atender una llamada de teléfono después de llevar trabajado en oficinas más de quince años?
Porque estamos hablando del puesto de recepcionista, ¿verdad?, a ver si estoy confundida y me está usted entrevistando para un puesto de ingeniera de finanzas – dijo Laura con una sonrisa fingida.

 – Sí, es para recepcionista, por eso le insisto en la necesidad de que el puesto requiere a alguien que ofrezca la mejor imagen de nuestra entidad.

 – Querida Malena, es una pena que usted le haga el juego a sus jefes-hombres-machos, seleccionando con sus criterios y en base a una imagen diseñada para sus fines, a una joven guapa e inexperta a la que prometan  ascensos si son simpáticas, agradables y sumisas con ellos, en vez de valorar el bagaje, la soltura, el saber hacer y la mano izquierda de alguien con experiencia, tanto en trabajo, como en el trato con las personas – dijo Laura levantándose de la mesa mientras seguía hablando encaminándose hacia la puerta

 – La buena imagen la dará la empresa, no por fachada de la recepcionista, sino por su seriedad, el trato personalizado que reciba cada cliente, la relación que se establezca con cada uno de ellos, la confianza que ofrezca la persona que los atienda...  Eso es lo que yo le ofrezco. Y si me permite, Malena, ¿puedo preguntarle su edad?

Malena con los hombros relajados, mirando a Laura con media sonrisa en la comisura de los labios y extendiendo su mano para estrechar la de ella, exclama:

– Laura, el puesto es suyo.

Araceli Míguez, 2014

El viaje de Emma





El viaje de Emma

Este invierno ha sido especialmente duro para Emma, el trabajo en el banco con todas las denuncias, auditorías, presentaciones de activos, hipotecas, etc., la habían dejado extenuada.

Casi no había tenido tiempo para Ernesto, su marido y sus dos hijos, Carmen y Fernando, pues el trabajo le absorbía la mayor parte del día. Cuando llegaba a casa ya estaban con el pijama puesto y preparados para irse a la cama. Hacía un esfuerzo por contarles un cuento para, al menos, compartir unos minutos con ellos. Antes acostarse, comentaba con Ernesto los acontecimientos del día, las facturas pendientes, los horarios de dentista, médicos y actividades varias.

Ernesto y ella más que una pareja, parecían los gestores que sacaban adelante un hogar y una familia. Los fines de semana no eran más tranquilos. Alternando los almuerzos entre sus padres y suegros, llevando a los niños a celebraciones, cumpleaños, partidos de fútbol, al cine, al teatro... Tenía programada su agenda para que todo encajara, incluso apuntaba las noches en las que ella y su marido tendrían sexo.

Instalada en esta rutina, una mañana Emma comienza a ver a las puertas de la sucursal un grupo de personas, sobre todo mujeres y niños, que portaban pancartas caseras,  hechas con trozos de cartón y telas, pidiendo que no les echaran de sus casas.

Un día tras otro, para entrar en su oficina, intenta sortear a la muchedumbre congregada, cada vez más numerosa y las miradas de desesperación de las personas con las que se cruza van haciendo mella en su ánimo.

El lunes por la mañana llovía, la gente seguía allí, con paraguas, impermeables y rodeados de coches de la policía. Se fijó en una mujer de unos sesenta años, con el pelo oscuro, rostro aceitunado y ojos negros, unos ojos grandes y tristes que agarrándole la manga de su gabardina le implora:

–Señora, por lo que más quiera, haga el favor de decirle a esos señores del banco que no tenemos donde ir. Si yo tuviera para pagar las letras del piso ¿usted cree que estaría aquí con mi artrosis y mi 'diabetis'?
–Señora, usted con esas enfermedades, tendría que estar en su casa. Además va a coger un resfriado.
–Tengo que estar aquí, “miarma”, ya no es por mí. Somos siete los que vivimos en el piso que su banco nos quiere quitar: mi hija, su marido, mis tres nietos, mi hijo de veinte años y yo. Ninguno tenemos trabajo, ni sueldo, malvivimos con lo que vamos sacando de vender en los mercadillos y hacer chapuzas.
–¿Y cómo vive su familia?
– Pues, yo me las apaño como puedo, hago croché y coso, algún arreglillo para la calle, pero mis vecinos están igual de tiesos que nosotros y poco encargo hay.  Me ocupo de la casa y de los niños. Cocino para mi familia y para mi vecina Pepa que está 'mu malita', la mujer y no puede moverse. No sabe usted lo que estiro yo un pollo;  con unos garbanzos  y unas papas tengo sopa para tres días y a veces sin pollo ni “ná”, nada más que papas, con un manojo de apio y otro de yerbabuena.
Mi hija limpia escaleras por la mañana y por la tarde cuida a un anciano. Mi hijo y mi yerno están a lo que sale, pero cuando no hay dinero, la gente no lo puede gastar.
Y los sábados vendemos en el mercadillo las cosas que nos hemos encontrado en los contenedores.
–Señora intentaré ayudar en lo que pueda. ¿Cómo se llama usted?
La pregunta sale impregnada de angustia de la boca de Emma
–Juana Heredia Martín, 'pa servirle'. Mire, ahí está mi hija Carmela.

Carmela se acerca preocupada, mordiéndose el labio inferior, está empapada. Se parece a Juana en los ojos aunque tiene un rictus más serio.

–Hola Carmela, soy Emma, trabajo en esta sucursal y de verdad que no sé cómo ayudaros. Soy abogada y mi trabajo consiste en defender al banco de las denuncias  ¡Ojalá pudiera hacer algo por vosotros pero puedo perder mi trabajo!
Carmela la saluda con frialdad y la mira con desconfianza.

Cada día, antes de entrar en el banco, Emma habla con Juana, Carmela, Fina, Tere, María, Dolores… se percata que ellas son las cabecillas, también va conociendo a sus familias y las historias que cada una lleva sobre su espalda. 

Después se enfrasca en papeles, documentos judiciales, requerimientos…, pero sigue viendo las miradas de esas mujeres fuertes y valientes que se turnan para que la protesta no cese, enfrentándose a la policía, a los vecinos bien vestidos y a las estiradas de misa dominguera, que las miran con desprecio.

Esa noche llega a casa y mientras prepara un tentempié en la cocina, solloza calladamente. Ernesto desconcertado la abraza y Emma le cuenta todo lo que está pasando y los sentimientos de culpa e impotencia que le produce.

–Cuenta conmigo– le susurra Ernesto acariciándole el pelo.
Hoy Emma  les ha traído un papelón de churros y habla con María.
–No veo a Juana hoy, ¿Qué le ha pasado?
–Viene más tarde porque ha tenido que ir al colegio de los nietos a hablar con el director. ¿Qué habrán hecho ahora los “joíos”?
–Señora Emma, que como hoy es el cumpleaños de mi nieto, que quería invitarla a que se venga usted esta tarde a tomar café. –  La invitación viene de Juana que se acerca apresurada, mientras María la mira con curiosidad esperando su respuesta.
–¿Cuántos años tiene su nieto?
– Mi Manué tiene 8 años.
–¿A qué hora Juana?
–A las seis, apunte las señas. Barriada Las Margaritas, calle Prado, Bloque 21 A, piso 7 A.

Emma llega a un barrio desconocido, nunca ha estado allí y el viaje apenas ha durado veinte minutos desde su casa. Acude  a la celebración acompañada de sus hijos. Carmen lleva envuelto en papel de regalo un chándal y Fernando un balón de futbol para el homenajeado. La reciben con toda cortesía, ella deposita en la mesa una caja con pastas y toma café con Juana, María  y tres vecinas, mientras que los niños salen y entran de la pequeña sala jugando con el reluciente balón hasta que la abuela los deja bajar a la plaza de abajo para que no rompan nada en el diminuto salón.

Al despedirse, sus hijos le piden quedarse un ratito más pero les recuerda que tienen deberes que terminar. Por el camino la acribillan a preguntas sobre sus nuevos amigos. Emma llega a casa con un sentimiento de frustración y de rabia. No puede imaginarse qué hará la familia de Juana, y las otras familias si los desahucian. Lo comenta con Ernesto y ambos acuerdan iniciar gestiones con amigos, conocidos y entidades para ayudar a estas familias.

Habla con Pablo, el director del banco, intenta persuadirlo para que aplacen los pagos y que se busque una solución para estas familias
–No está de mi mano. Lo siento. Pero y si...
Siente la amargura en la voz de Pablo y escucha atentamente las palabras que a continuación le susurra.
Ambos saben que el banco será implacable y que los desahucios son inminentes.

Al llegar a casa comenta con Ernesto su conversación con Pablo y después de acostar a los niños se disponen a llevar a cabo su plan. Mientras ella repasa con el índice de la A a la Z los contactos de su móvil, llama a algunos de ellos y envía mensajes, Ernesto teclea en la pantalla de la tableta.

Al día siguiente junto a las mujeres que protestan, se ve a un nutrido grupo de artistas muy conocidos; actores, cantantes, toreros, jugadores de fútbol, escritores, caras habituales en las revistas y programas rosas.

También se han congregado junto a las familias políticos, sindicalistas, estudiantes universitarios, músicos con sus instrumentos, ancianos…

Se agolpan alrededor de los famosos una docena de cámaras de distintas televisiones y un colorido grupo de micrófonos con el logo de cada medio. Acercan los micrófonos a los personajes de la tele y todos dan igual respuesta; 'O se dan soluciones para estas familias o retiramos nuestros fondos de este banco'.

Algunos transeúntes que pasan también se unen y entre todos cortan el tráfico. Los coches hacen sonar sus bocinas y las sirenas de la policía suenan cada vez más cerca…

La puerta del banco se abre, Pablo, el director,  sale al encuentro de los medios y aclarándose la voz anuncia:

–Nuestro banco ha tratado en distintas reuniones este tema y se ha llegado con las administraciones públicas a los acuerdos que a continuación detallo:
-Se va a conceder a los inquilinos  dos años de estancia en régimen especial de alquiler de vivienda social.
-Se habilitará un fondo solidario para becas y ayudas enfocadas a la educación de los menores de 25 años.
-Se impartirá formación gratuita en distintas áreas de mantenimiento, jardinería, cocina y otras ocupaciones.
-Se creará una bolsa de trabajo rotatoria para realizar trabajos en las sucursales de nuestra entidad, así como en otros edificios públicos.
-Se revisará cada caso y se negociará con cada familia fórmulas que les permita mantener su vivienda– termina Pablo y se queda parado en la puerta del banco.

Todas las personas congregadas se quedan perplejas y después de unos instantes de silencio empiezan a aplaudir. Juana, María, Fina y todas las demás se abrazan emocionadas y dan saltos de alegría por la noticia.

Emma toma de la mano a Ernesto y ambos se miran con complicidad.

Una vez que se alejan los micrófonos en dirección a las mujeres, Emma se acerca al director y pone su mano en el hombro, rozando con los labios la mejilla de su jefe.
–Emma, esto supone mi despedida, ya lo sabes. He dado las instrucciones para que se lleve a cabo todo lo que he expuesto. También está toda la documentación firmada por la Presidenta de la Comunidad y más de diez directivos de la entidad. Antes de que te despidan a ti, y seguro que lo harán, les haces llegar las copias a los inquilinos. Ahora podré dedicarme a pescar y llevar al parque a mis nietos, pero me preocupa vuestro futuro.
–No te preocupes. Tenemos planes y nos vendrá bien a todos un cambio en nuestras vidas. Ernesto y yo venderemos el piso de la playa y con lo que nos den, montaremos una plataforma on line para poner en marcha una gestoría y asesoría legal. Estamos muy  ilusionados con este proyecto – contesta Emma buscando con su mano la de Ernesto.

–Gracias Emma, has logrado que recuerde quien soy –dice Pablo, abrazándola con ternura.

–Tú siempre has mantenido que no hay nada imposible. Gracias, papá por demostrármelo.

Araceli Míguez
2014