viernes, 11 de octubre de 2019

El viaje de Emma





El viaje de Emma

Este invierno ha sido especialmente duro para Emma, el trabajo en el banco con todas las denuncias, auditorías, presentaciones de activos, hipotecas, etc., la habían dejado extenuada.

Casi no había tenido tiempo para Ernesto, su marido y sus dos hijos, Carmen y Fernando, pues el trabajo le absorbía la mayor parte del día. Cuando llegaba a casa ya estaban con el pijama puesto y preparados para irse a la cama. Hacía un esfuerzo por contarles un cuento para, al menos, compartir unos minutos con ellos. Antes acostarse, comentaba con Ernesto los acontecimientos del día, las facturas pendientes, los horarios de dentista, médicos y actividades varias.

Ernesto y ella más que una pareja, parecían los gestores que sacaban adelante un hogar y una familia. Los fines de semana no eran más tranquilos. Alternando los almuerzos entre sus padres y suegros, llevando a los niños a celebraciones, cumpleaños, partidos de fútbol, al cine, al teatro... Tenía programada su agenda para que todo encajara, incluso apuntaba las noches en las que ella y su marido tendrían sexo.

Instalada en esta rutina, una mañana Emma comienza a ver a las puertas de la sucursal un grupo de personas, sobre todo mujeres y niños, que portaban pancartas caseras,  hechas con trozos de cartón y telas, pidiendo que no les echaran de sus casas.

Un día tras otro, para entrar en su oficina, intenta sortear a la muchedumbre congregada, cada vez más numerosa y las miradas de desesperación de las personas con las que se cruza van haciendo mella en su ánimo.

El lunes por la mañana llovía, la gente seguía allí, con paraguas, impermeables y rodeados de coches de la policía. Se fijó en una mujer de unos sesenta años, con el pelo oscuro, rostro aceitunado y ojos negros, unos ojos grandes y tristes que agarrándole la manga de su gabardina le implora:

–Señora, por lo que más quiera, haga el favor de decirle a esos señores del banco que no tenemos donde ir. Si yo tuviera para pagar las letras del piso ¿usted cree que estaría aquí con mi artrosis y mi 'diabetis'?
–Señora, usted con esas enfermedades, tendría que estar en su casa. Además va a coger un resfriado.
–Tengo que estar aquí, “miarma”, ya no es por mí. Somos siete los que vivimos en el piso que su banco nos quiere quitar: mi hija, su marido, mis tres nietos, mi hijo de veinte años y yo. Ninguno tenemos trabajo, ni sueldo, malvivimos con lo que vamos sacando de vender en los mercadillos y hacer chapuzas.
–¿Y cómo vive su familia?
– Pues, yo me las apaño como puedo, hago croché y coso, algún arreglillo para la calle, pero mis vecinos están igual de tiesos que nosotros y poco encargo hay.  Me ocupo de la casa y de los niños. Cocino para mi familia y para mi vecina Pepa que está 'mu malita', la mujer y no puede moverse. No sabe usted lo que estiro yo un pollo;  con unos garbanzos  y unas papas tengo sopa para tres días y a veces sin pollo ni “ná”, nada más que papas, con un manojo de apio y otro de yerbabuena.
Mi hija limpia escaleras por la mañana y por la tarde cuida a un anciano. Mi hijo y mi yerno están a lo que sale, pero cuando no hay dinero, la gente no lo puede gastar.
Y los sábados vendemos en el mercadillo las cosas que nos hemos encontrado en los contenedores.
–Señora intentaré ayudar en lo que pueda. ¿Cómo se llama usted?
La pregunta sale impregnada de angustia de la boca de Emma
–Juana Heredia Martín, 'pa servirle'. Mire, ahí está mi hija Carmela.

Carmela se acerca preocupada, mordiéndose el labio inferior, está empapada. Se parece a Juana en los ojos aunque tiene un rictus más serio.

–Hola Carmela, soy Emma, trabajo en esta sucursal y de verdad que no sé cómo ayudaros. Soy abogada y mi trabajo consiste en defender al banco de las denuncias  ¡Ojalá pudiera hacer algo por vosotros pero puedo perder mi trabajo!
Carmela la saluda con frialdad y la mira con desconfianza.

Cada día, antes de entrar en el banco, Emma habla con Juana, Carmela, Fina, Tere, María, Dolores… se percata que ellas son las cabecillas, también va conociendo a sus familias y las historias que cada una lleva sobre su espalda. 

Después se enfrasca en papeles, documentos judiciales, requerimientos…, pero sigue viendo las miradas de esas mujeres fuertes y valientes que se turnan para que la protesta no cese, enfrentándose a la policía, a los vecinos bien vestidos y a las estiradas de misa dominguera, que las miran con desprecio.

Esa noche llega a casa y mientras prepara un tentempié en la cocina, solloza calladamente. Ernesto desconcertado la abraza y Emma le cuenta todo lo que está pasando y los sentimientos de culpa e impotencia que le produce.

–Cuenta conmigo– le susurra Ernesto acariciándole el pelo.
Hoy Emma  les ha traído un papelón de churros y habla con María.
–No veo a Juana hoy, ¿Qué le ha pasado?
–Viene más tarde porque ha tenido que ir al colegio de los nietos a hablar con el director. ¿Qué habrán hecho ahora los “joíos”?
–Señora Emma, que como hoy es el cumpleaños de mi nieto, que quería invitarla a que se venga usted esta tarde a tomar café. –  La invitación viene de Juana que se acerca apresurada, mientras María la mira con curiosidad esperando su respuesta.
–¿Cuántos años tiene su nieto?
– Mi Manué tiene 8 años.
–¿A qué hora Juana?
–A las seis, apunte las señas. Barriada Las Margaritas, calle Prado, Bloque 21 A, piso 7 A.

Emma llega a un barrio desconocido, nunca ha estado allí y el viaje apenas ha durado veinte minutos desde su casa. Acude  a la celebración acompañada de sus hijos. Carmen lleva envuelto en papel de regalo un chándal y Fernando un balón de futbol para el homenajeado. La reciben con toda cortesía, ella deposita en la mesa una caja con pastas y toma café con Juana, María  y tres vecinas, mientras que los niños salen y entran de la pequeña sala jugando con el reluciente balón hasta que la abuela los deja bajar a la plaza de abajo para que no rompan nada en el diminuto salón.

Al despedirse, sus hijos le piden quedarse un ratito más pero les recuerda que tienen deberes que terminar. Por el camino la acribillan a preguntas sobre sus nuevos amigos. Emma llega a casa con un sentimiento de frustración y de rabia. No puede imaginarse qué hará la familia de Juana, y las otras familias si los desahucian. Lo comenta con Ernesto y ambos acuerdan iniciar gestiones con amigos, conocidos y entidades para ayudar a estas familias.

Habla con Pablo, el director del banco, intenta persuadirlo para que aplacen los pagos y que se busque una solución para estas familias
–No está de mi mano. Lo siento. Pero y si...
Siente la amargura en la voz de Pablo y escucha atentamente las palabras que a continuación le susurra.
Ambos saben que el banco será implacable y que los desahucios son inminentes.

Al llegar a casa comenta con Ernesto su conversación con Pablo y después de acostar a los niños se disponen a llevar a cabo su plan. Mientras ella repasa con el índice de la A a la Z los contactos de su móvil, llama a algunos de ellos y envía mensajes, Ernesto teclea en la pantalla de la tableta.

Al día siguiente junto a las mujeres que protestan, se ve a un nutrido grupo de artistas muy conocidos; actores, cantantes, toreros, jugadores de fútbol, escritores, caras habituales en las revistas y programas rosas.

También se han congregado junto a las familias políticos, sindicalistas, estudiantes universitarios, músicos con sus instrumentos, ancianos…

Se agolpan alrededor de los famosos una docena de cámaras de distintas televisiones y un colorido grupo de micrófonos con el logo de cada medio. Acercan los micrófonos a los personajes de la tele y todos dan igual respuesta; 'O se dan soluciones para estas familias o retiramos nuestros fondos de este banco'.

Algunos transeúntes que pasan también se unen y entre todos cortan el tráfico. Los coches hacen sonar sus bocinas y las sirenas de la policía suenan cada vez más cerca…

La puerta del banco se abre, Pablo, el director,  sale al encuentro de los medios y aclarándose la voz anuncia:

–Nuestro banco ha tratado en distintas reuniones este tema y se ha llegado con las administraciones públicas a los acuerdos que a continuación detallo:
-Se va a conceder a los inquilinos  dos años de estancia en régimen especial de alquiler de vivienda social.
-Se habilitará un fondo solidario para becas y ayudas enfocadas a la educación de los menores de 25 años.
-Se impartirá formación gratuita en distintas áreas de mantenimiento, jardinería, cocina y otras ocupaciones.
-Se creará una bolsa de trabajo rotatoria para realizar trabajos en las sucursales de nuestra entidad, así como en otros edificios públicos.
-Se revisará cada caso y se negociará con cada familia fórmulas que les permita mantener su vivienda– termina Pablo y se queda parado en la puerta del banco.

Todas las personas congregadas se quedan perplejas y después de unos instantes de silencio empiezan a aplaudir. Juana, María, Fina y todas las demás se abrazan emocionadas y dan saltos de alegría por la noticia.

Emma toma de la mano a Ernesto y ambos se miran con complicidad.

Una vez que se alejan los micrófonos en dirección a las mujeres, Emma se acerca al director y pone su mano en el hombro, rozando con los labios la mejilla de su jefe.
–Emma, esto supone mi despedida, ya lo sabes. He dado las instrucciones para que se lleve a cabo todo lo que he expuesto. También está toda la documentación firmada por la Presidenta de la Comunidad y más de diez directivos de la entidad. Antes de que te despidan a ti, y seguro que lo harán, les haces llegar las copias a los inquilinos. Ahora podré dedicarme a pescar y llevar al parque a mis nietos, pero me preocupa vuestro futuro.
–No te preocupes. Tenemos planes y nos vendrá bien a todos un cambio en nuestras vidas. Ernesto y yo venderemos el piso de la playa y con lo que nos den, montaremos una plataforma on line para poner en marcha una gestoría y asesoría legal. Estamos muy  ilusionados con este proyecto – contesta Emma buscando con su mano la de Ernesto.

–Gracias Emma, has logrado que recuerde quien soy –dice Pablo, abrazándola con ternura.

–Tú siempre has mantenido que no hay nada imposible. Gracias, papá por demostrármelo.

Araceli Míguez
2014











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