viernes, 11 de octubre de 2019

Tarde de ocio




Tarde de ocio

Daniela se dirige a las salas de cine del centro comercial cercano a la parada del metro. Ha quedado con Angelo y Maurizio, sus compañeros italianos, estudiantes de intercambio que quieren aprovechar al máximo su estancia en la ciudad.

En las taquillas, Daniela busca impaciente a sus amigos que no llegan y la película empieza en breve. Compra su entrada y se queda sorprendida al ver a la persona que le entrega su ticket. Tiene cara de bebé, los ojos redondos de un azul intenso, la cabeza cubierta de rizos rubios y succiona un chupete estruendosamente. Mira a su alrededor y un hombre uniformado que está detrás de ella habla a través de su móvil;  
–Tengo a otra sospechosa– y agarrando a Daniela por el brazo le pregunta dónde están los demás.

Daniela confusa y boquiabierta lo mira atónita, sin saber qué le está ocurriendo. Se fija en las dependientas y las cajeras del centro comercial; todas tienen la misma cara, van con el mismo peinado, el mismo maquillaje y por supuesto el mismo uniforme, actúan de manera automática, con los mismos movimientos mecánicos cogen los productos de la cinta transportadora y los pasan al otro lado una vez escaneados. Es evidente que son autómatas clonadas.

Daniela ve a Maurizio y Angelo  que llegan apresurados y al verla agarrada  por aquel inmenso guardia de seguridad  le preguntan al oído – ¿Qué has hecho? ¿Es que eres de la mafia o de alguna mara? Podías haberlo comentado, nosotros somos de la mafia calabresa, y estamos buscando a gente que quiera unirse para emprender una lucha contra la mafia americana por el control del mercado de humanos.–

Cuando Daniela, asombrada intenta preguntarles de qué están hablando, se les acerca un hombre con pinta desaliñada, barba canosa y gafas, con un aerógrafo en la mano que incorpora una aguja, insiste en que tiene que tatuarles un círculo en el brazo derecho para distinguirlos de los autómatas.

Al escuchar esto, el guarda que agarra el brazo de Daniela la suelta y sale corriendo arrollando a su paso a toda persona que se encuentra a su paso. Una mujer que conduce su carro metálico lleno de productos saca una pistola y le lanza una carga de pintura amarilla a lo que el sujeto responde lanzando un chorro de pintura roja.

Una voz femenina mecanizada anuncia a través del altavoz  ¡Pinturas comestibles hoy  en oferta! ¡Cuatro paquetes de distintos colores y sabores por el precio de tres! ¡Pueden encontrarlas en el pasillo cuatro!.

Muchos de los presentes sacan también sus pistolas y comienzan a disparar con distintos colores hasta que el centro parece una paleta cromática y el suelo se convierte en una pista de patinaje multicolor.

La gente comienza a deslizarse ente risas y caídas. Daniela, Angelo y Maurizio abandonan la idea del cine y de las mafias y se lanzan a patinar cubiertos de pintura.

De nuevo el altavoz emite una música y a continuación anuncia otra novedosa oferta:
–¡Hombres, mujeres y niños a precios increíbles!  ¡Compren ya! ¡Se regala collar y casco antimordeduras! ¡Pueden encontrarlos en el pasillo diez¡

Daniela mientras patina, observa como un numeroso grupo de personas se apiñan en la puerta de entrada del hipermercado, al cabo de unos minutos van saliendo con un carro automático portando a un ser humano esposado y con una especie de casco formado por tubos de aluminio que cubre la cabeza hasta el cuello y un saco a sus pies donde se lee “Pienso para humanos”.

Daniela busca al hombre del aerógrafo para que le explique qué está pasando y lo encuentra junto a una niña de unos seis años, ambos  esposados y con el casco, en el carro de una mujer que viste con ropa deportiva que se encuentra en la cola de las cajas para pagar la compra.

–Por favor, explícame lo del tatuaje. ¿Por qué tenemos que tatuarnos un círculo? –pregunta Daniela de forma apresurada al extraño tatuador, en el momento en que la mujer se aleja, en busca de algún producto olvidado.

–Sin el círculo no estás identificada como humana. Te pueden capturar y vender en cualquier cadena de supermercados. ¡Rápido, coge mi aerógrafo del bolsillo izquierdo, tatúanos y después te lo haces tú!. Así podremos demostrar que somos humanos– le contesta en un susurro el prisionero.

Daniela rebusca en el bolsillo indicado, cuando siente que la agarran por cada brazo los dos enormes payasos que había visto a la entrada del centro anunciando hamburguesas Mcdoma. Uno de ellos le levanta la manga de su sudadera y le inyecta algún producto que la adormece de forma inmediata.

Lo siguiente que ve Daniela al despertar es un camino de baldosas amarillas delante de ella que le recuerda a su película favorita de cuando era pequeña. Intenta dar un paso para seguirlo pero sus pies y sus manos están esposados. 

Aterrada y confusa mira a su alrededor, su visión se encuentra dividida por unas cuadrículas formadas por tubos de aluminio. Intenta gritar pero no tiene voz, algo ha pasado en su garganta, solo emite susurros. Divisa a su derecha un largo pasillo con personas como ella, inmovilizadas y puestas en fila. Del techo cuelgan grandes carteles de colores fluorescente donde se lee “DOS POR EL PRECIO DE UNO”.

Daniela observa con tristeza e impotencia las colas formadas en las cajas registradoras donde las mismas chicas uniformadas repetidas, pasan a una velocidad de vértigo los códigos de barra de los productos y humanos que compran compulsivamente los clientes, y al otro lado de las cajeras, una multitud, entre la que distingue a sus amigos italianos,  ajena a lo que está ocurriendo, se divierte jugando con pistolas y patinando sobre un suelo multicolor.

Araceli Míguez, 2014


No hay comentarios: