jueves, 3 de octubre de 2019

Ceremonia en el dolmen







Ceremonia en el dolmen

Hacía un día soleado aderezado de una ligera y agradable brisa. El guía había convocado al grupo a las diez de la mañana en la cafetería Doña Marta para hacer una pequeña ruta campestre y terminar el paseo con la visita al dolmen de Matarrubilla; uno de los más antiguos de la Edad del Bronce descubiertos hasta el momento.

El grupo se fue completando y una vez explicado el itinerario y el programa que iban a seguir, salieron a la carretera para incorporarse enseguida a una senda ancha perfumada por la yerba aledaña, moteada de múltiples flores silvestres. Amador, el dirigente y simpático guía iba dando explicaciones de lo que se veía a uno y otro lado del camino, comentando que posiblemente estaban en uno de los primeros asentamientos del neolítico, incidiendo en la morfología del terreno.

Ana, una de las excursionistas, historiadora de arte, fue enumerando las múltiples estatuillas que se habían encontrado en la zona y sacó de su bolsillo una cadena de la que colgaba lo que parecía una réplica de uno de los ídolos antropomorfos, hallado en el lugar donde se encontraban.  Al mostrarlo a los asistentes el objeto se mantuvo flotando en el aire sin que nadie lo sujetara y se adelantó al grupo tomando el papel de guía. Ana fue haciendo un ramillete con las flores que encontraba a su paso, recreándose en sus formas y colores y murmurando un mantra mientras cortaba sus tallos.

Amador y el resto del grupo siguieron al objeto que avanzaba precediendo la comitiva, que se adentró en una zona de espesa vegetación y se paró a la llegada de un claro formado por un círculo de grandes piedras, donde todos pudieron contemplar la entrada al dolmen. Ana volvió a coger su talismán y lo colgó de su cuello.

Uno a uno, fueron adentrándose en el interior de las milenarias piedras, recorrieron un largo pasillo mientras se escuchaban cánticos aflautados, parecidos al sonido del viento. Cuando llegaron a la zona circular encontraron una gran piedra rectangular de mármol negro que, a modo de altar se apoyaba en el suelo.

Ana agarrando el ídolo entre sus dedos se acercó a piedra negra, depositó el ramillete encima musitando el mismo mantra que había llevado durante el camino y  procedió ceremoniosa, a tumbarse sobre la piedra.

El resto del grupo hizo un círculo dejando en medio a Ana tendida con los ojos cerrados sobre el altar, esparcieron las flores sobre su cuerpo y comenzaron a emitir los mismos sonidos que emitía la gruta cuando entraron.

La pequeña estatuilla se desprendió del cuello y comenzó  recorrer el cuerpo de Ana marcando todo su contorno y deteniéndose verticalmente a unos centímetros de su pubis.

Ana empezó a moverse  levemente, poco a poco fue retorciéndose de forma brusca y sus gemidos se mezclaron con los cánticos de los presentes. Comenzó a jadear mientras su cuerpo  fue arqueándose cómo el de una contorsionista, hasta lanzar un grito inhumano que silenció a los congregados.

Al cabo de unos minutos Ana quedó en silencio, su cuerpo resplandecía, su pelo había adquirido un raro volumen y en su rostro se adivinaba una placentera y extraña sonrisa.
Tomó entre sus manos la estatuilla y la volvió a colocar en su cuello mientras los presentes se arrodillaron ante ella, tocaron su vientre e hicieron un juramento de lealtad a la nueva diosa Jara y a su venidera estirpe.

Amador también se arrodilló ante ella inclinando la cabeza, Jara  acarició su rostro y tiró de su brazo para que se levantara, cuando estuvo incorporado Amador puso su mano sobre la de Jara y simularon amarrarlas con el colgante del ídolo.

Sin decir ni una palabra, el grupo se preparó y haciendo una fila salieron del dolmen  cantando en susurros y agachando la cabeza para no tropezar con el techo. Al llegar de nuevo al círculo de piedra de la entrada, abrieron sus mochilas y comenzaron a sacar piezas de cristal finamente tallado, preciosos platos sobre los que depositaron viandas y altas copas que llenaron de un vino tinto aromático y denso.

Brindaron, vertiendo las primeras gotas de vino a la tierra que pisaban y levantaron sus copas hacia el sol, antes de mojar los labios; grabaron con lascas de pizarra círculos y rayas en la roca que servía de mesa, comieron siguiendo cierta liturgia y entonaron algunos cánticos.

Al cabo de unas horas Amador se despedía del grupo en la misma cafetería, al llegar a Jara, le besó la mano y mirándola a los ojos le dijo
–Diosa Jara; no tardes otros cuatro mil años en volver.

–¿Diosa Jara? contesta ella asombrada,
-Se equivoca usted. Me llamo Ana y soy historiadora.

Araceli Míguez  2014

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