martes, 8 de octubre de 2019

Encuentro





Encuentro

Marina deambula sin rumbo, confusa, alelada y rota. Siente las lágrimas recorriendo su rostro sin poder hacer nada por impedirlo. Un nudo se ha instalado en su garganta y su mente se ha nublado, impidiéndole pensar.

Sólo es consciente del dolor que la han causado las palabras de Pablo, su marido, que esa tarde había ido a buscarla a la salida del trabajo:

–Lo siento Marina. Tengo que decirte que ya no te quiero y me marcho. Tengo mis cosas en el coche. Te llamaré pronto. Y diciendo esto la besa en la mejilla y se dirige al aparcamiento.

Pasan los días y a Marina le falta el aire en la casa que durante más de cinco años ha compartido con Pablo. Cada rincón le recuerda algún momento vivido que lacera su alma. Toma la decisión de pedir unos días en su trabajo y marcharse fuera. Llama a la agencia de viajes donde trabaja su amiga Marta y le pide que le organice un viaje a cualquier sitio donde pueda curar sus heridas.

Al cabo de unos minutos recibe un whatsapp indicando que los billetes y el itinerario les han sido enviados a su correo.

Al día siguiente, maleta en mano sube a un avión y en poco más de una hora se encuentra en A Coruña. Después de registrarse en un hotel de la Avenida de la Marina, pasea por el puerto acompañada por las atrevidas gaviotas, disfruta del reflejo de las blancas galerías, pasa por el majestuoso Teatro Colón hasta llegar a la dársena y algo cansada, se sienta a tomar una sabrosa nécora en una de las soleadas terrazas. Su cabeza sigue dando vueltas buscando motivos para el abandono de Pablo. Se siente culpable por no haber estado más atenta y cuidado más la relación. Quizá no se arregle lo suficiente o no sea lo bastante cariñosa, o dedique demasiado tiempo a su trabajo…

–¡Basta ya!. Se dice en voz alta. Y emprende un recorrido por las estrechas calles que la llevan hasta la Plaza María Pita, y en pocos minutos a las preciosas playas de Riazor y Orzán, separadas por un pequeño cúmulo de rocas que parte en dos las olas al llegar a la orilla.

Siente curiosidad por subir a la torre de Hércules donde Breogán, escudo en ristre y melena al viento le da la bienvenida.

Sube los 242 peldaños de piedra por las cuadradas escaleras y al llegar al mirador queda extasiada al contemplar el inmenso océano ante sus ojos. Se siente pequeña, muy pequeña. Piensa que ella y su sufrimiento son como una mota de polvo, comparado con lo que pasa en el planeta. En ese momento oye la voz de una mujer que le susurra al oído

–Mira la línea donde se une el mar y el cielo. Ese horizonte eres tú.

Marina, algo confusa mira a su alrededor para comprobar que está sola allí arriba.

–¿Quién eres? Pregunta buscando a alguien cerca.

–Soy Cruña, la primera mujer que llegó a esta ciudad huyendo del dolor, buscando la felicidad, como todo ser vivo. Sé mucho de corazones rotos, de marineros ahogados, de sirenas enamoradas, de amantes suicidas, del dolor más innombrable… Aún tienes mucho camino por delante.  Ve al encuentro de tu caldero.

–¿Mi caldero? ¿Qué caldero?

En ese instante, el guarda de la Torre aparece junto a ella indicándole que es la hora del cierre de las instalaciones y tiene que marcharse.

Marina sueña esa noche con un frondoso bosque donde árboles centenarios elevan hacia el cielo sus ramas en forma de pirámide y conversan con el viento.

Después de dos días disfrutando de la ciudad, su itinerario indica que su próximo destino es la Ribeira Sacra. Se sorprende de su encuentro con el cenobio más antiguo de Galicia, ubicado en Esgos, un paraje solitario de extraordinaria belleza en medio de un bosque umbrío que alberga el monasterio de San Pedro de Rocas. En la iglesia excavada en la roca, la sorprende una rara necrópolis y pasea pensativa entre las tumbas y sepulcros de siluetas humanas, formando raras oquedades, cuya piedra es celosamente protegida por musgos y líquenes. 

De nuevo Marina siente una extraña sensación; la imagen de su madre, fallecida hace apenas dos años, acude a su pensamiento. Se sienta debajo de uno de los dos arcos de la espadaña, construida sobre una gran piedra y abrazándose a sus rodillas, los recuerdos de su infancia la envuelven.

–¡Mamá, te echo tanto de menos!. Saber que no estás me da vértigo, siento que la soledad me invade y ya no te tengo para que me acurruques, me cantes, me abraces…, ni siquiera tengo tus palabras de consuelo.

Las hojas de los robles cercanos movidas por el viento convierten el murmullo en una querida voz que llega a su interior.

–No estás sola, mi querida niña, siempre estoy para ti. Y recuerda que la soledad no es sinónimo de tristeza. Busca las respuestas que necesitas y no tengas miedo. Escucha a los árboles sagrados, ellos son sabios y te llenarán de luz.


Las lágrimas resbalan por las mejillas de Marina, entonces siente que los reconfortantes brazos de su progenitora la abrazan y acunan como cuando era pequeña. Cientos de imágenes de momentos vividos junto a la mujer que le dio la vida, pasan como en una película por el interior de su retina,  acompañadas de una conocida voz que la arrulla.

El frío la hace bajar de aquel privilegiado lugar y Marina se pregunta si ella imagina esas voces o realmente existen. ¿Se estará volviendo loca?

–Tengo que buscar mi caldero y escuchar a los árboles. Se dijo convencida y resuelta, aunque tendría que averiguar cómo llevar a cabo esas dos extrañas recomendaciones.

De camino a su próximo destino pudo disfrutar del impresionante paisaje de los Cañones del Sil, y decide hacer una parada para conocer Monforte de Lemos, la capital de la Ribeira Sacra.

Después de la breve pausa en el hotel, se lanza a caminar por las estrechas calles que la llevan a edificios de gran belleza; los Escolapios, la Torre da Homenaxe, el Pazo Condal, y así descubre el recinto de San Vicente, donde se localiza el castillo y palacio de los Condes de Lemos y el cenobio benedictino.

Antes de quedarse dormida,  Marina rememora  su vida y recuerda el álbum de fotos familiar tantas veces visionado, en el que sus padres con ella de pequeña,  aparecen sonrientes y felices. También posa sonriente con sus abuelos, personas entrañables con los que ha compartido navidades y veranos fantásticos. Ahora la única abuela que le queda está en una residencia  con un alzheimer galopante.

Las imágenes de su paso por el colegio, su primer amor, su pasión por los animales que la llevaron a escoger la carrera de veterinaria. La muerte de su padre en un desgraciado accidente y unos años después su madre padece una grave y dolorosa enfermedad que le gana la partida. Cuando apareció Pablo ella se agarró a él como si fuera lo único en bueno de su vida.  El representaba la fortaleza y la razón que a veces a ella le faltaba. Pablo era informático en una empresa de electrodomésticos. Hacía dos años que le despidieron y cayó en picado. Fue sumiéndose en una especie de depresión y hastío.  Perdió el interés por todo y se pasaba las horas delante del ordenador.

Marina intentó animarle y sacarlo de aquel estado autodestructivo pero no sabía que más hacer. Su trabajo la mantenía fuera de casa mucho tiempo y a veces tenía que desplazarse muchos kilómetros para atender a granjeros y ganaderos.

Al llegar a casa Pablo parecía molesto con su presencia, la saludaba sin ningún entusiasmo, y apenas le dirigía dos frases. Marina no recordaba desde cuando no la abrazaba o le dirigía una palabra amable.

Sospechaba que se había creado un mundo paralelo, formado por conversaciones y contactos con personas desconocidas, en el que ella no tenía cabida. Esas madrugadas en las que escuchaba a Pablo teclear a puerta cerrada le dolían inmensamente, mientras ella, sola en la cama  se dormía llorando abrazada a la almohada.

Pablo encontraba en su mundo virtual aquello que le faltaba en su realidad. Cuando ella lo observaba a través de la puerta entreabierta lo veía sonreir, alegre, feliz, contento… todo lo que ella le negaba.

Esa noche los sueños de Marina están habitados por seres mágicos de los que ha oído que viven en esa misteriosa tierra: mouros, meigas, bruxas, druidas…

Al día siguiente se dirige a Moreda en el entorno de O Caurel. Después de recorrer un sinuoso camino llega a una pequeña aldea donde aparca el coche alquilado y se dispone a pasear por el bosque con una mochila, unos frutos secos y agua. Comienza a caminar por la senda que se adentra en el frondoso bosque habitado por abedules, castaños, acebos, hayas y otras raras plantas como blancas y violetas prímulas, amarillas celedonias y bellas y extrañas orquídeas salvajes. Después de la larga caminata, entre tanta vegetación le llama la atención un hermoso tejo, que por el diámetro de su tronco se diría que es  varias veces centenario. Se sienta en el suelo a descansar apoyando su espalda en el enorme tronco. Cierra los ojos mientras escucha a los pájaros y el murmullo del agua de una pequeña cascada cercana.

Al rato aparece ante ella una mujer con una larga túnica blanca a la que acompaña una loba con el pelo del mismo color que el vestido. Saluda al árbol con una inclinación de cabeza

–Te saludo, árbol de la vida y de la muerte, árbol eterno, árbol sagrado. Que tu sabiduría alumbre a los humanos y a los espíritus. Concede tus dones a todos los seres vivos de esta tierra y a esta mujer que reposa a tus pies y te ha elegido para que la ilumines.

Marina, boquiabierta ante la imagen que habla al árbol, pregunta balbuceando

–Pero… ¿Quién eres? ¿De dónde has salido? ¿Es que estoy soñando?

La mujer de blanco sonríe

–No temas, soy una mujer sabia que acude a tu llamada. Por estas tierras nos suelen llamar meigas y a mí en particular Dama de castro. Estoy aquí para ayudarte a hacer tu caldero. 

Y diciendo esto deposita ante Marina un recipiente de hierro redondo que se apoya en tres patas, dando indicaciones

–Necesitas los cinco sentidos en este ritual. Debes ser consciente mientras dure de poner en el caldero lo mejor y lo peor de ti, tus ilusiones y tus miedos, tus grandezas y tus miserias.

–No sé si esto es real o no, pero haré lo que me digas, contesta Marina sintiendo los latidos de su corazón en cada palmo de piel.

–Deposita en esta matriz prodigiosa un puñado de tierra que haya escuchado a tu corazón, unos trozos de corteza del tejo, moja tus manos en la cascada y derrama unas gotas en cada pata y lanza sobre el un suspiro de rabia y un verso de amor.

¡Que la magia adquiera la fuerza necesaria para tomar las riendas de tu destino!.

Y diciendo esto prende fuego al contenido del caldero, toma a Marina de las manos para que se mantengan encima del mismo e invoca

¡Agua, Fuego, Tierra y Aire!

¡Fuerzas de las cuatro Atalayas!

Os convoco a esta ceremonia, para que la Diosa madre bendiga este caldero y nos guíe, otorgándonos luz, sabiduría y  bondad.

–Que así sea, concluye Marina.

De vuelta a casa, sobrevuela la península y a través de la ventanilla reconoce las elevaciones de Despeñaperros, los cauces de los ríos y los pueblos blancos del Sur. Siente que algo en ella ha cambiado y que es sólo el inicio de un camino sin retorno.

Deshaciendo las maletas sigue pensando en Pablo, y aunque sigue habiendo dolor, este es distinto, más tenue y reposado. Desea que encuentre lo que busca y recupere su ilusión por vivir. Lo mismo que desea para ella.

–Al fin y al cabo, nada es eterno, se dice a sí misma.

Es lunes por la mañana, Marina recibe una llamada para atender el parto de una yegua a la que lleva tratando un par de años. Llega al establo y ayuda al animal a traer al mundo a su cría que en pocos minutos, embadurnada aún con la placenta y con patas temblorosas se levanta del suelo bajo la atenta mirada de su madre.

La escena, vivida muchas veces por Marina, hoy le inspira una especial ternura que la llega a emocionar. Comprueba el estado del potrillo que se estrena en la vida, acaricia el hocico de la yegua, –lo has hecho genial– le dice acercándose a su oreja.

En el camino de vuelta a la ciudad coincide con la puesta de sol, para su vehículo a un lado y contemplando el rojizo cielo recuerda a la Dama del Castro y su caldero y se siente parte de la belleza del momento, conectada plenamente consigo misma y con la vida.

–Seguiré aprendiendo, murmura, mientras la luz se va haciendo cada vez más tenue y siente su corazón más ligero.


Araceli Míguez, 2012


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