Ovillada, silenciosa y somnolienta la observo desde mi rincón. La miro sin que me vea y es como el rabo que se le desprende a las lagartijas que cazo y
que deposito a modo de trofeo y gratitud en el poyete de la cocina, para la
mujer que me da de comer, aunque intuyo por sus gritos, que no me está dando
las gracias, precisamente.
Corre
de un lado a otro, canta, juega, sube, baja, salta en la cama, va y viene como
si siempre tuviera prisa y se estuviera perdiendo todo lo que no está haciendo
en ese momento; alocada, bulliciosa, impaciente, soñadora y curiosa, en esto
último sí que nos parecemos.
Juega
conmigo cogiéndome de las patas delanteras para bailar al son de los tantanes
de la selva, me disfraza con lazos y vestidos de muñecas, me lanza a los aires para cogerme al vuelo y
apretujarme contra su cara, me sopla la barriga y me muerde las orejas. Son momentos de desfogue que a las dos nos
viene de perlas.
Veo
en sus ojos que sueña con recorrer el mundo entero sin dejarse ni un palmo
atrás; brújula en mano y mochila al hombro, descubriendo criaturas,
inventado vacunas contra todas las
enfermedades, salvando a los animales de trampas, curando a todos
los niños de los cinco continentes, recorriendo pueblos perdidos, cruzando cordilleras y navegando por remotos
ríos.
Se
viste con trapos que imagina atuendos de tribus desconocidas y practica lenguas
y saludos inexistentes que según ella, se usan en todo el planeta y que hace
posible que los humanos se puedan entender.
Se
imagina como una investigadora en globo, barco, tren o avión en continuo
movimiento que resuelve mil misterios, como en las aventuras de Los cinco o descubre todos los secretos
de Los siete. Atraviesa islas, mares
y desiertos, desde la frondosa y húmeda selva, con sus fieros leones, tigres y
cocodrilos hasta el helado Polo Norte, entre los aplausos de las pequeñas focas
a las que salva de los malvados cazadores, que quieren matarlas por sus
preciadas pieles.
Cree
en un mundo de fantasía habitado por sirenas, duendes, hadas, unicornios,
dragones y un sinfín de desconocidas criaturas con las que comparte cómplices y
coloreadas historias.
Me
divierte verla delante del espejo con un babi blanco y artilugios que se
inventa a modo de instrumental de reconocimiento, y ya imagináis qué criatura
peluda hace de paciente armada de paciencia.
Otras
veces se planta el sobrero de paja y el bañador de su padre y se ve perfecta
con el atuendo de exploradora que ni Indiana Jones podría mejorar, con el reloj de cadena de su abuelo a modo de
brújula y en la mano cualquier papel simulando un mapa.
Me
dice que me llevará con ella en la mochila; yo le ronroneo siguiéndole la corriente, dejo
que me acaricie mientras comparte conmigo sus sueños y sus ansias de volar.
Puedo
aceptar con algún temor, relacionarme con mis primos felinos de la selva,
incluso no me importaría caminar con ella junto a las vacas sagradas de la
India pero cuando pienso en China me recorre un escalofrío que me corva el lomo
y me pone los pelos como púas de erizo. Por ahí sí que no paso, que me veo
churruscadita junto a un rollito de primavera.
Nina
Araceli
Míguez, 2014
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